Lunes 1 de mayo del 2023. Festivo. Día Internacional de los Trabajadores. Lo que se suponía una jornada relajada, de puente, aburrida en lo informativo empieza de la peor manera posible: con la muerte de un chaval de 15 años en Sant Hipòlit de Voltregà a manos, se supone, de un vecino del mismo municipio. Todo el mundo se echa las manos a la cabeza. ¿Cómo puede ser que un hombre acabe con la vida de un muchacho a raíz de una pelea de madrugada? Empieza la carrera de los medios por ser los primeros y los que aportan más detalles al macabro y sangriento suceso. Las prisas no son buenas consejeras.

La muerte del chico se produjo alrededor de las cinco de la madrugada; a primera hora ya circulaban informaciones periodísticas de fuentes extraoficiales con todo lujo de detalles, como el lugar de los hechos, los supuestos disparos que descerrajó el sospechoso contra la víctima y que apagaron su vida, la zona en la que se buscaba al agresor, su nombre y hasta su fotografía, sin pixelar en algunos casos. Se sabe todo de él. Hasta los vecinos lo califican de “conflictivo”. Todo encaja; los indicios apuntan a un asesinato por motivos por aclarar y algunos, ni cortos ni perezosos, deciden hacer un juicio paralelo y condenarlo sin tener las certezas, como ha ocurrido tantas veces y, lamentablemente, seguirá ocurriendo. Es la batalla por ser el más rápido y, por qué no, el más morboso. Hay que vender.

Pero, a medida que pasan las horas, aquellas certezas se diluyen. ¿Y si el sospechoso no ha matado a nadie? ¿Y si fue un accidente? Ya por la tarde comienza a circular la hipótesis de que el chico, asustado por unos disparos, tropezó y se dio un fuerte golpe en la cabeza, y que su muerte tiene que ver con ese desgraciado traumatismo y no con una bala… o dos. ¿Puede alguien bajo los efectos de las drogas –como se dice que estaba el agresor– acertar dos disparos en la cabeza de quien sea? No lo sé, pero la lógica me dice que no, y que incluso en plenas facultades es complicada tanta puntería, salvo que el tirador sea experto. No es el caso. Por lo tanto, lo que parecía un claro asesinato ya genera dudas.

De hecho, hay vecinos que atestiguan que fue un cúmulo de desgracias. Comentan que hubo una pelea, sí, que el sospechoso recibió un golpe en la cara y que él fue a buscar una pistola, pero de fogueo. Y disparó. La víctima, que pasaba por allí, se asustó y, en su huida, se trastabilló y cayó mal. Sea como sea, solo la autopsia determinará qué fue lo que terminó con la vida del adolescente. Hasta entonces no hay culpables, aunque la cara del único arrestado circula por la red como por una autopista sin peajes. ¿Y si resulta que su reacción violenta no fue la causa de la muerte? ¿Quién reparará ese daño hacia su persona? Los medios en general deberíamos reflexionar al respecto, pero de verdad, y comenzar a pensar en si vale más la pena ser el primero o ser el más fiable, que bastante mala prensa tenemos ya.

Por último, y que quede claro, en este embarullamiento también tiene mucha responsabilidad la policía, en este caso Mossos d’Esquadra, que de forma oficial remiten a un escueto comunicado, se curan en salud, pero de forma extraoficial filtran información imprecisa, que es la que va haciendo la bola más y más grande. Y no hay nadie en el cuerpo que salga a desmentir o acotar lo que se está publicando. La política comunicativa policial deja, de nuevo, mucho que desear.