Esta semana quería hacer trampa y encargarle la columna a ChatGPT, esa herramienta de inteligencia artificial que sabe de todo y escribe lo que le pedimos. Pero no ha funcionado. Dice que no tiene “opinión personal” sobre ningún tema, así que no me vale –aunque algo aprovecharé–, y he tenido que arremangarme una vez más y poner mis neuronas a trabajar. En cierto modo, este fiasco es algo positivo, puesto que ninguna máquina puede sustituir el pensamiento humano. Sí es posible programar respuestas para una conversación, cambiar los rostros y la voz, pero no la mente. No está todo perdido, por más que lo intenten.
Todo esto viene a cuenta del ciberataque que ha sufrido el Clínic, que se suma a los perpetrados con anterioridad contra otros centros sanitarios, por no mencionar los robos de datos y datos de millones de usuarios de todo el mundo que, con fe ciega –y sin otra alternativa–, habían depositado en infinidad de compañías a priori fiables y reputadas. La realidad es que nadie está a salvo en esta era de las interconexiones, que los delincuentes siempre van un paso por delante. Qué pena que utilicen sus privilegiadas mentes y su ingenio para hacer el mal y no para acabar con el hambre y las enfermedades.
En este punto, me permito reproducir las pocas líneas que puedo aprovechar de la respuesta de ChatGPT a mis peticiones perezosas: “Los ciberataques son cada vez más frecuentes y sofisticados, y pueden tener consecuencias devastadoras en la vida privada y pública de las personas, así como en la infraestructura crítica como hospitales, empresas y gobiernos”. La inteligencia artificial (IA) también invita a “utilizar contraseñas seguras, actualizar regularmente el software, instalar software de seguridad y ser conscientes de las amenazas como el phishing”, y recuerda que “es importante que las organizaciones tengan planes de respuesta ante incidentes para mitigar los daños y minimizar el tiempo de inactividad en caso de un ataque”. Son datos. No entra en valoraciones.
La respuesta de la IA es convincente a la par que obvia, y permite analizar el torbellino en el que nos han metido. Con el aliciente de una mayor comodidad y agilidad en estos tiempos de inmediatez, nos han colado la total digitalización por la puerta de atrás. Y sin ofrecernos una alternativa analógica. No interesa. Si se cae el sistema date por fastidiado. Muchas de estas innovaciones, además, son por nuestra seguridad –o un control subliminal sobre todo lo que hacemos–. Pero, al final, somos más vulnerables que nunca, porque tenemos casi toda nuestra información personal y profesional en la red, con el riesgo de que una brecha pueda poner esos datos en manos de cualquier delincuente o empresa. Así que conviene hacer un llamamiento para ir con pies de plomo antes de aceptar las normas de uso de esta o aquella aplicación, subir fotos y compartir datos con terceros.