Es evidente que la Copa América de vela no es un deporte para todo el mundo. El coste de postular un equipo al trofeo es de 1,8 millones de euros al cambio, y eso es solo el pago inicial de inicio, sin contar con otros costes generados durante el trofeo. No es un deporte popular ni ciudadano. La competición, para más inri, llegará a la Ciudad Condal cuando el presupuesto de muchas familias sufre un inesperado test de estrés por el aumento del coste de la energía, que se suma al del combustible y el efecto general de la crisis económica dejada por el Covid.
Pero Barcelona será (salvo sorpresa) sede de la 37ª edición del trofeo más antiguo del mundo a partir de 2024. Y ya que un ente internacional, en este caso el Team New Zealand, confía en la capital catalana, cabe preguntarse si la ciudad puede aprovecharlo. Los primeros datos disponibles apuntan a que ello es así. El Govern calcula que el impacto económico será de unos 1.000 millones de euros. Nada despreciable, son casi tres mobiles, la mayor feria que alberga la Ciudad Condal año tras año.
Hay otros estudios. Este informe del prestigioso Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) estima que la Copa América generó un crecimiento de demanda equivalente a 2.767,9 millones de euros en la Ciudad del Turia entre 2004 y 2007. Cierto es que el análisis cuantifica que las inversiones públicas coparon la mayoría de la aportación. Pero tampoco es menor el gasto directo estimado de 615 millones de euros, o el turístico, de 165,3 millones. Globalmente, la regata generó nuevos empleos cercanos a los 74.000 contratos.
Después de que Crónica Global avanzara que será Barcelona la ciudad-sede a partir de 2024, la recepción en las ciudades competidoras --que no rivales-- de la capital catalana, Valencia y sobre todo Málaga, la más fuerte, fue gélida. No en vano, el evento es un caramelo al que aspiran muchas ciudades del mundo. Se entiende que el beneficio económico supera al coste, máxime cuando hay intangibles que son difícilmente cuantificables, como el efecto sobre la imagen-ciudad.
Y Barcelona anda falta de ello. Como se dice en ciertos ambientes de la hotelería catalana, la reputación del destino parece gafada. Pocas plazas del mundo hubieran aguantado como lo ha hecho la capital catalana unos años en los que se sumaron factores muy divesos, no relacionados entre sí, pero que tuvieron en común su impacto negativo sobre la colosal marca Barcelona, que una generación diseñó y lanzó hace tres décadas, con ocasión de los Juegos.
En la marca del 30 aniversario, la segunda mayor ciudad española ha sufrido los efectos del procés y la fuga de más de 3.000 empresas, incluidos sus dos mayores bancos, un abyecto atentado yihadista, días de disturbios por el encarcelamiento de un rapero y, finalmente, una pandemia. Nada guarda relación entre sí, pero todo ha sumado para minar la imagen de Barcelona y, posiblemente en parte, su autoestima.
La Copa América no debe guiar la actuación pública, claro está. No debe ser principio rector de las políticas públicas, pero sí que es un acicate externo, otro más, que puede ayudar a que la ciudad recupere el tono económico y, de paso, gire la factura en forma de mayor recaudación impositiva. Tributos que, a su vez, sí servirán para implementar las políticas que hacen falta, incluidas las sociales.
Negro sobre blanco, Barcelona ha perdido oportunidades clave en los últimos años. Se escaparon proyectos gratificantes como la Agencia Europea del Medicamento o el Centro Europeo de Predicciones Meteorológicas a Plazo Medio. La Copa América no los paliará, pero encarna un poco de vigor a una ciudad que lleva un tiempo renqueante.
Es cierto que nada garantiza que el coqueto trofeo genere el llamado trickle-down economics o efecto derrame en el global de la ciudad. Pero alguna responsabilidad tendremos todos y todas para hacer que así sea y los beneficios sean globales. Lo primero es que algunos no provoquen que la candidatura de Barcelona, vencedora esta vez, naufrague. Por este motivo, ante la buena nueva, creo ponderado lanzar una reflexión: con la Copa América, por favor, no la pifien.