“Mis viajes al extranjero como presidente de la Generalitat han contado siempre con la anuencia del Ministerio de Asuntos Exteriores, que, además de no poner obstáculos, en muchos casos ha colaborado directamente. Y era normal que los embajadores fueran acompañantes solícitos y, si ha sido necesario, incluso consejeros. Mi residencia más normal en el extranjero son las embajadas españolas”.
Jordi Pujol explica así sus periplos internacionales en un “libro rojo” publicado en 2003, el mismo año en que el tripartito de izquierdas apartaba a CiU del Govern y mucho antes de que su delfín, Artur Mas, se echara al monte independentista. El libro es rojo, pero nada tiene de comunista. Y resulta muy útil para constatar cómo ha cambiado la política catalana bajo el tamiz del procés.
La cita de Pujol no pretende su rehabilitación o blanqueo. De eso se encarga la actual consejera de Acción Exterior, Victòria Alsina, quien el pasado 21 de febrero, invitó al defraudador confeso a un acto junto a los también expresidentes José Montilla, Artur Mas, Quim Torra y Carles Puigdemont (intervino de forma telemática) para hablar de Europa.
Alsina acaba de anunciar la ampliación de la red de embajadas catalanas que, conviene insistir, no tienen nada que ver con la red de oficinas comerciales de ACCIÓ, agencia que fomenta la competividad de las empresas, similar a la que tienen otras comunidades autónomas en otros países.
Las embajadas de Alsina (Junts) suponen una duplicidad respecto a esas delegaciones económicas que dependen del consejero de Empresa, Roger Torrent (ERC). Son caras, opacas e inútiles. Porque, que sepamos, más allá de recitales musicales, exposiciones o celebraciones con motivo de la Diada, poco o nada hacen esas oficinas --que suelen remitir al consulado o embajada correspondiente cuando un catalán está en apuros--, más allá de contribuir a la propaganda separatista.
En breve ya serán 20. Porque la nación catalana lo vale, dice Alsina. La misma que, el pasado otoño, pasó por el bochorno de ser desautorizada por el difunto David Sassoli, expresidente del Parlamento europeo, azote del nacionalismo catalán. Sassoli negó en un comunicado haber mantenido una reunión con la consejera para hablar de la detención de Carles Puigdemont, como ella aseguró en TV3.
Alsina forma parte de esa Cataluña fantasma con ínfulas de Estado a la que no le importa hacer el rídiculo mientras sus actores cobran sueldos cienmileuristas a costa del erario público. No confundir 'Cataluña fantasma' con ese excelente libro de Ramón de España Barcelona fantasma (Vegueta) --no sé por qué siguen leyendo estas líneas y no salen corriendo a comprarlo--.
Nunca antes el adjetivo fantasma había alcanzado tan altas cotas de doble sentido. Porque no existe la pretendida acción exterior del Govern. No hay diplomacia. No hay relaciones internacionales al más alto nivel. No hay capacidad para influir en la política de otros países. Nuestros dirigentes catalanes alardean de "estructuras de Estado" inexistentes, mientras, en un alarde de prepotencia, ningunean la Conferencia de Presidentes donde se hablará de un conflicto de Ucrania en el que tanto aseguran estar interesados.
Dice Pere Aragonès que no quiere ir a esa reunión porque solo servirá para hacerse la foto. ¿Qué podemos decir entonces de ese pretencioso comité de crisis catalán creado tras el estallido de la guerra de Vladimir Putin, convenientemente inmortalizado por los fotógrafos de la Generalitat? Sabemos que al president no le gusta las presiones empresariales y políticas que está recibiendo, como también el intenso debate abierto en ERC al respecto. Pero la situación requiere altura de miras, no complejos por el qué dirán.
Y si fantasma es la diplomacia oficial de la Generalitat, lo del Ministerio de Asuntos Exteriores creado por Puigdemont en Waterloo se puede calificar de delirio paranormal. Dice el fugado que el Gobierno del Consejo de la República es legítimo y soberano. El corazón del mandato del 1-O, afirma. Si Puigdemont quiere pasar a la historia, lo está consiguiendo. Pero como el expresidente que coqueteó con Putin y evitó votar a favor de ayudas económicas para Ucrania en el Parlamento europeo. El mismo que investiga sus contactos rusos.