Barcelona amaneció un día de julio empapelada con carteles en los que ERC anunciaba la inminente inauguración de una gran zona de ocio para perros en el parque de la Estació del Nord --conocido por quienes tenemos mascota como el parque de la Pirámide--. Ni los republicanos gobiernan la ciudad ni ese espacio se va a inaugurar en 2021, como aseguraban en su propaganda. Pero en esas fechas, el partido que Ernest Maragall lidera en el ayuntamiento había logrado convencer a la alcaldesa Ada Colau de que era necesario añadir la coletilla de “con el apoyo de ERC” en las iniciativas municipales pactadas por ambas formaciones. Cuatro meses después, el propio Maragall anuncia su no a tramitar los presupuestos de Barcelona de 2022.
Ojipláticos, los comunes pidieron explicaciones a ERC a través de Jordi Martí, al parecer el delfín de Colau, quien se preguntaba cómo era posible un rechazo a unos presupuestos “que son de ERC”, que pactó los de 2021. El socialista Jaume Collboni, que gobierna con Colau, tuvo que recordar a Martí que las cuentas municipales “son de todos los partidos que quieran sumarse”. Faltaría más.
Conocidas son las relaciones entre republicanos y comunes, llamados a entenderse, para luego romper su entente en una investidura propiciada por Manuel Valls, exdirigente de Barcelona per Canvi. Ayer, este partido acudió de nuevo al rescate de Colau, un mazazo en toda regla para los republicanos.
Se acercan las elecciones municipales y los berrinches de Esquerra son comprensibles. No tanto el servilismo del partido de Colau que, tras la negativa de Maragall, se ofrecen a ERC en el Parlament para negociar las cuentas de la Generalitat. Sin condicionantes previos. Sin exigencias de entrada. Sin excluir a la CUP de una ecuación imposible. Es cierto que En Comú Podem solo tiene ocho diputados en la Cámara catalana, lo que limita su capacidad de influencia. Y negociar con Pere Aragonès es una forma de obtener cuota mediática, aunque de momento, no parece que Jéssica Albiach marque perfil.
En 2020, su grupo pactó los presupuestos con el entonces vicepresidente Pere Aragonès y logró aumentar impuestos para, aseguró Albiach, incrementar las partidas sociales y sentar las bases de un tripartito de izquierdas. Aquellas cuentas quedaron desfasadas por la pandemia y, hoy, cuando más gasto se necesita para incentivar la economía y frenar las desigualdades, Albiach no ha marcado ninguna línea roja. La palabra es fea, sí, pero cuando Aragonès utilizó a los comunes para forzar al apoyo de Junts per Catalunya durante las negociaciones de su investidura, muchos acusaron a la confluencia de izquierdas de ejercer de pagafantas. No parecen haber escarmentado.
Volviendo a Barcelona, Maragall anunció su veto a los presupuestos de Colau en un acto celebrado en las Ramblas, donde exigió la remodelación de este emblemático paseo. La urgencia de ese proyecto es compartido por la vicepresidenta de Junts per Catalunya y líder municipal del partido, Elsa Artadi. Resulta curioso que ambos representantes de la burguesía catalana, apellido ilustre el de él, referente del upper Diagonal ella, bajen al barrio chino a reivindicar lo que ya está pactado con comerciantes y vecinos de la zona.
La reforma está contemplada en los presupuestos municipales que los independentistas amagan con tumbar. Pero si algo tienen en común ERC y JxCat es su tendencia a defender unos principios que, si no gustan, cambian sin problemas. Es lo más marxista (por Groucho) que tienen estas formaciones. Por mucho que Artadi sea arrime a los antisistema porque Carles Puigdemont así lo manda, mientras reprocha al Gobierno de Pedro Sánchez que no baje impuestos a las rentas más bajas. La fiscalidad catalana no se toca, ha dicho JxCat, pero Artadi lanza fuego a discreción. Y qué decir de ERC, que tampoco toca los impuestos --a ver si van a tener razón quienes aseguran que los republicanos son más convergentes que de izquierdas-- y que nunca ha abordado una reforma fiscal de verdad, sin parches, desde que firmó su primer acuerdo con Artur Mas.
Con estos mimbres se supone que Cataluña y Barcelona deben remontar una crisis pandémica. ¿Hay alguien más?