A los contemporáneos, de todas las épocas, les gusta señalar que viven tiempos convulsos, marcados por el cambio. Nada será igual, es un momento de transición hacia algo nuevo, se asegura. Y eso produce vértigo, pero también la percepción de que se es singular, y de que, por tanto, se puede contribuir a una modificación, por pequeña que sea, que logre transformar el mundo. Al margen de esa consideración, desde la subjetividad de cada uno, es cierto que en los últimos años muchas cuestiones se han modificado con cierta celeridad.
La economía mundial, conectada a un poder político que se ve incapaz de controlar los cambios, ha trastocado los planes de millones de seres humanos, que, aunque son conscientes de su papel en el deterioro del medio ambiente, no saben cómo manejarse ni tampoco qué deben pedir exactamente a sus gobernantes. Una posibilidad es la que sostiene la economista Mariana Mazzucato, plasmada en su libro Misión Economía (Taurus). Asegura Mazzucato que debe cambiar el paradigma por el que nos hemos organizado. Todo gira en torno a una pregunta: ¿cuánto dinero hay y qué podemos hacer con él? La economista italiana reclama un giro drástico: “La pregunta correcta es: ¿qué es necesario hacer y cómo podemos organizar los presupuestos para lograr esos objetivos?”.
Esa pregunta es la que debería formularse el consejero de Economía, Jaume Giró, para, a partir de la respuesta que obtenga, buscar el socio pertinente para aprobar los presupuestos de la Generalitat para 2022. Esa búsqueda de ‘lo que es necesario hacer’, para que la mayoría de sectores económicos y sociales en Cataluña puedan avanzar, es la épica que necesita el país, lejos ya de aventuras y de proyectos de los que se era consciente de que iban a acabar en nada.
Mazzucato reclama una nueva colaboración entre el sector público y el privado, basada en la confianza y en el rigor. La idea es que los gobiernos se deberían mover por “misiones”, tomando como ejemplo --para provocar una reacción contundente—la misión que llevó al hombre a viajar a la luna. A partir de objetivos, de sueños realistas, se pueden activar y poner en marcha, cada uno desde su responsabilidad, políticas concretas que resuelvan los problemas que las nuevas sociedades deberán encarar en los próximos años.
Los debates en Cataluña se han enquistado y la percepción es que nada se ha resuelto desde hace un par décadas. Las broncas se han establecido otra vez sobre los peajes, con propuestas peregrinas como las del consejero Puigneró, que parece que vive aislado y que no sabe qué reclama la Unión Europea. ¿De verdad puede gestionar algo de cierta envergadura el señor Puigneró? El debate sobre si Barcelona tiene la dimensión y la fuerza para ser un hub aeroportuario se mantiene, a pesar de que ahora el Estado apuesta claramente por conseguirlo a través del aeropuerto de El Prat. La necesidad de una Formación Profesional dual, que dé respuestas a miles de jóvenes que reclaman un oficio y salarios decentes no se ha satisfecho y las diferencias entre los distintos departamentos de la Generalitat paralizan, incluso, recursos que llegan desde Bruselas.
La lista es larga. La gran revolución en Cataluña guarda relación con la gestión, desde una administración que, --aunque sí mantiene una alta calidad en niveles intermedios—no está dirigida por un personal competente, con ideas y con capacidad de decisión. No hay --siguiendo a Mazzucato—misiones ambiciosas y reales sobre nada. Y el mundo corre a gran velocidad. No se para en Barcelona, ni en Vic ni en Girona.
Uno de los que crearon grandes expectativas, como el ciclista Julián Gorospe, --la eterna esperanza—fue Josep Lluís Carod-Rovira. Llegó para renovar el nacionalismo catalán, como él mismo afirmaba. Pero –entre muchos errores—aseguraba que la política no podía reducirse a la gestión. Defendía que se necesitaba cierta “épica” para movilizar y esperanzar al conjunto de la ciudadanía. Esa épica la asociaba a la construcción de un estado catalán, y constrataba su proyecto con el “soso” presidente José Montilla.
Que cada uno guarde sus valoraciones sobre Montilla o sobre Carod-Rovira. Pero la épica hoy en Cataluña se llama “gestión”. Hay demasiadas cuestiones que siguen en el aire, y son las que sí ofrecerían esperanzas para el ciudadano medio, que siente angustia ante las rápidas transformaciones y frente a un Govern que no sabe realmente en qué mundo vive.