Las primeras encuestas publicadas tras conocerse que Salvador Illa encabezará la lista del PSC a las autonómicas del 14F son muy esperanzadoras para el ministro socialista. La Vanguardia le sitúa prácticamente empatado con JxCat, disputando la segunda posición, mientras que El Periódico incluso va más allá y apunta que ganará las elecciones con amplio margen sobre ERC.
En cualquier caso, y si la demoscopia no yerra, parece que Illa tiene muchas posibilidades de ser decisivo en el próximo Govern, ya sea liderándolo, formando parte de él o apoyándolo desde fuera.
Decía el presidente Sánchez hace unos días que durante el procés “todos hemos cometido errores” y que “nadie está libre de culpa”. Y apostaba “claramente por el reencuentro, la reconciliación y la convivencia en Cataluña”.
Es evidente que Illa está llamado a capitanear ese reencuentro, esa reconciliación y esa recuperación de la convivencia. Sin embargo, hay varias formas de hacerlo.
Una opción sería repetir los errores del pasado. Tratar de poner paños calientes. Intentar hacer borrón y cuenta nueva, como si nada hubiese pasado. Empezar de cero. Buscar una cómoda equidistancia. Abrazar de nuevo el buenismo de antaño. Acercarse al nacionalismo más moderado. Procurar no pisar demasiados callos del independentismo más trumpista (el que envía hordas de enajenados a defender un referéndum ilegal, a asediar una comitiva judicial, a atacar a la policía y quemar la ciudad durante días o a asaltar el Parlament al grito de “¡apretad, apretad!”). Promover los indultos de los responsables del intento de secesión unilateral de otoño de 2017, o facilitar su salida de la cárcel mediante una modificación del código penal. E incluso tratar de resucitar el catalanismo, aquel que enarboló Pasqual Maragall con el disparate del Estatut y la excentricidad del “federalismo asimétrico” que desembocó en el procés. Es decir, recuperar la fallida estrategia del contentamiento.
Las palabras de Sánchez invitan a pensar que esta es una posibilidad real. Salvo que los “errores” y la “culpa” que atribuye a los constitucionalistas sean los de haber sido demasiado laxos con el nacionalismo. Pero me temo que no va por ahí. Y, en todo caso, entre los errores de unos y los delitos de los otros hay una gran diferencia.
La otra alternativa de Illa sería la de ejercer realmente como líder del constitucionalismo en Cataluña. Plantar cara al nacionalismo sin complejos. Porque, si todo va a seguir igual, si no va a haber cambios significativos, ¿de qué le serviría al constitucionalismo que el PSC sea decisivo en el futuro Govern?
Y eso pasa por algunas cuestiones muy concretas.
¿Será capaz Illa de hacer que se cumplan de forma efectiva las sentencias de los tribunales que ordenan que se imparta en español, al menos, el 25% del horario lectivo en las escuelas catalanas, y de finiquitar las multas lingüísticas?
¿Será capaz Illa de establecer la neutralidad e imparcialidad en la Generalitat, como también ordena la justicia... y el sentido común?
¿Será capaz Illa de reorientar las embajadas del Govern para que se dediquen a promover acuerdos económicos beneficiosos para Cataluña, en vez de a realizar proselitismo independentista?
¿Será capaz Illa de acabar con la utilización de TV3 y Catalunya Ràdio como artefactos de propaganda nacionalista?
¿Será capaz Illa de poner punto final a las subvenciones de las que vive el entramado de medios y entidades independentistas?
¿Será capaz Illa de desterrar de una vez por todas el discurso victimista al que apela sistemáticamente el Govern?
Me consta la buena voluntad del ministro en estos asuntos, pero estoy convencido de que una buena parte de los constitucionalistas estarían mucho más tranquilos si durante las próximas semanas el candidato socialista asumiera un compromiso inequívoco en esta dirección.
Si las encuestas no se equivocan, el PSC tiene la oportunidad de no volver a dejar en la cuneta a la mitad de los catalanes. Sería una pena desperdiciarla.