La situación crítica de la pandemia ha regresado. Con ella estamos forzados a convivir a la vez que evitamos otra parálisis total, que el país soportaría con dificultad. Que se declare el estado de alarma sin todo el apoyo y consenso político y que se haga tarde y desordenadamente es quizá lo que más alarma. ¿Cómo es posible que los dirigentes, sea cual sea su orientación, resulten incapaces de alcanzar grandes acuerdos ante una situación como la actual? ¿Quién nos castiga con esa mediocridad política?
Alarma el estado del país no solo por razones de salud pública, que son las primeras. Da auténtico pavor que las autonomías se hayan convertido en administraciones que, lejos de estar próximas a los ciudadanos y a su servicio, se empeñan en actuar como reinos de taifas donde se practican politiquerías de mínimo nivel.
Nos alarma que nadie en España sea capaz de ejercer un liderazgo incontestable que satisfaga a amplias mayorías de población. La desconfianza ante la actitud sectaria de los partidos y el populismo del que hacen gala aumenta y la ciudadanía cada vez está más lejos de las administraciones que en realidad tiene más próximas. El divorcio entre los españoles y los políticos alcanza cotas estratosféricas. Los ciudadanos habitan a kilómetros de la cuestión pública. Se sepulta cada vez más honda la reputación de los dirigentes. ¿Qué extraña afección se ha instalado en nuestra democracia que hace casi imposible el pacto y la negociación?
Alarma y mucho que, ante una emergencia sanitaria y económica tan descomunal, con gravísimas consecuencias derivadas, resulte imposible pactar cómo se aplican medidas correctoras en la salud pública, se distribuyen los recursos que estén disponibles para hacer frente a la situación y se aparcan de manera temporal el resto de cuestiones. ¿Tiene sentido establecer ahora debates sobre la monarquía, el poder judicial, las identidades regionales y sus prebendas o cualesquiera otras reformas que no presentan la misma urgencia? ¿No les alarma que el Parlamento del país haya invertido justo esta última semana un tiempo precioso en una moción de censura al Gobierno sin posibilidad alguna de prosperar?
Alarma y mucho que quienes tienen la delegación del liderazgo y la representación colectiva se enfrasquen en batallitas sin recorrido, muchas de ellas alentadas por asesores de imagen o comunicación más preocupados en justificar su función y salario que por el servicio y el bien colectivo. Esa es, cada día que pasa, una sensación creciente: este Estado alarma por cómo se está administrando y qué fisonomía adquiere gracias a la inacción, la inutilidad o el mero aldeanismo de quienes lo gestionan. Lo del estado de alarma sanitario, los ciudadanos lo llevamos infinitamente mejor.