Denunciaba Josep Martí Blanch en Eres de derechas y no lo sabes la resistencia de determinados políticos catalanes a reconocer su conservadurismo. La puya iba dirigida a CDC que, temerosa de ser tildada de reaccionaria, jugaba a la equidistancia ideológica. "Ni Sarkozy ni Merkel ocultan que son de derechas", recordaba el periodista.
Doce años después de la publicación de ese libro, las reflexiones de Martí Blanch siguen vigentes. Los herederos de Convergència ocultan su liberalismo, aunque los hechos demuestren que, en efecto, están al lado del “fundamentalismo de mercado”, como afirman los Comuns tras el fichaje de Ramon Tremosa, o en contra de la subida de impuestos que contemplan los presupuestos de la Generalitat de 2020.
“No es nuestro modelo de país”, decía a principios de año Eduard Pujol, portavoz de Junts per Catalunya, en referencia a ese modelo fiscal pactado entre ERC y Catalunya en Comú-Podem. Ocho meses y un cisma neoconvergente después, Puigdemont promete transversalidad. Eso sí, depurando a los tibios del Govern. Los bandazos de JxCat sobre la regulación del precio de los alquileres dice mucho de ese quiero y no puedo postconvergente.
Carles Puigdemont asegura que su nuevo partido “es de izquierdas”, algo que no casa con la incorporación del ultraliberal Tremosa como nuevo consejero de Empresa. O con la defensa de BCN World, un proyecto que, en efecto, proporcionará puestos de trabajo --si finalmente se lleva a cabo, ojo--, pero que espanta a ERC y CUP. O la permanencia de Damià Calvet, uno de los primeros en romper el carné de PDECat, al frente de la Consejería de Territorio, que lleva años haciendo negocio con el parque público de vivienda --otro de los motivos de conflicto con Esquerra--.
Torra ironizaba ayer en sede parlamentaria sobre su condición de “burgués de derechas” que se atreve a desobedecer al Estado colocando pancartas a favor de la libertad de expresión. De esta forma, el presidente de la Generalitat intentaba desviar la atención sobre el ajuste de cuentas perpetrado a mayor gloria de Puigdemont --el culto al líder que practica Torra tiene poco de libertario y mucho de totalitario-- en un gobierno donde la propaganda procesista está por encima de la buena gestión. Por cierto ¿qué le debe CDC al polémico y maleducado agitprop Joan Maria Piqué, recolocado por enésima vez?
El demócrata Torra se negó a explicar a la oposición los motivos del cese de Àngels Chacón, Miquel Buch y Mariàngela Vilallonga, pisoteando de nuevo el derecho de los diputados a ejercer su función de control. Por eso, resulta todavía más difícil de comprender que la CUP siga acudiendo a salvar a Torra con una propuesta de presidencia en la sombra cuando sea inhabilitado. Como si el gobierno paralelo de Waterloo hubiera sido un éxito. En fin.
Si de algo pueden presumir Puigdemont y Torra es de su desacomplejado independentismo excluyente y de la utilización de las arcas públicas con fines electorales. Sobre ese sesgo ideológico no hay disimulo alguno y sí un descarado desprecio hacia las instituciones catalanas, esas que tanto asegura defender el núcleo duro del fugado.