Es el vandalismo guay del independentismo radical. El que mira a sus cachorros como esos buenos chicos, algo gamberrotes, que ponen freno al constitucionalismo universitario. Éste existe y ahora mismo lo representa la plataforma S’ha Acabat, creada en octubre de 2018 por jóvenes entre 18 y 30 años, en su mayoría estudiantes, cuyo pecado es atreverse a hacer campaña a favor del cumplimiento de la ley. ¿Provocación? Algunos lo verán así, pero lo ocurrido el martes en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), donde fueron atacados al grito de “fascistas de mierda”, da idea de hasta donde ha llegado la fractura social provocada por el procés.
El agitprop separatista ha logrado banalizar el fascismo, hasta convertirlo en una muletilla socorrida cuando se carecen de argumentos para rebatir al contrario. El insulto, de tanto usarlo, ya ha perdido efectividad, pero en estos últimos meses, el apelativo invocado por los radicales suele ir acompañado de destrozos y amagos de enfrentamiento personal. Créanme, en Crónica Global sabemos perfectamente cómo actúan esos vándalos contra los medios de comunicación que rechazan el discurso procesista: a martillazos. Lo hacen con una torpeza con efecto boomerang, esto es, provocando que cada vez haya más personas sin miedo a denunciar un ambiente irrespirable, también en el ámbito universitario, donde la pasividad/tolerancia de algunos rectores van desde dibujar lacitos amarillos en los comunicados internos a sumarse a los “paros de país” o tomarse con mucha calma eso de llamar a los Mossos d’Esquadra para evitar incidentes.
Un ejemplo de esa atolondrada ofensiva radical tuvo lugar el pasado día 30 de marzo, cuando un grupo de encapuchados intentaron reventar un acto de Vox en Barcelona. La concentración de la extrema derecha era minoritaria, pero con sus bravatas, los Comités de Defensa de la República (CDR), Arran y el sindicato de estudiantes SEPC proporcionaron un altavoz tan inmerecido como desproporcionado al partido de Santiago Abascal. El martes, jóvenes de esa órbita secesionista arrasaron con el material de S’ha Acabat en la UAB, que desde hace años ha dejado de ser la universidad de todos para convertirse en el cortijo de los alborotadores. Denuncian que los Mossos llegaron tarde, como también se demoran generalmente las sentencias judiciales que han dado la razón a esta plataforma de jóvenes no independentistas, que las hay, respecto a anteriores ataques.
Los agresores forman parte de esos movimientos que aseguran que els carrers seran sempre nostres y piensan que las universidades también lo son. Para el procesismo, la libertad de cátedra, de pensamiento y de expresión también son unilaterales, esto es, coto privado de quien vota o siente de una manera determinada. En lugar de blindar los centros universitarios de mordazas ideológicas, dirigentes políticos como Carles Puigdemont o Quim Torra han logrado llenar los campus de alumnos aventajados en esas asignaturas propagandísticas.
La táctica no es nada original, pues forma parte de esa gran cortina de humo que tapa recortes, corruptelas e inoperancias con la gran bandera de la autodeterminación. Cataluña, como ha denunciado en diversas ocasiones la oposición parlamentaria, es la Comunidad donde las carreras universitarias son más caras. La financiación pública se ha recortado un 30% y las tasas han subido un 60%, algo letal para la igualdad de oportunidades y el espíritu crítico, pues de esta forma, solo acceden al sistema quienes tienen recursos, generando así un ‘gueto’ conservador y exclusivo. Así ha funcionado en Estados Unidos.
La excusa de ese tijeretazo, como en todo, fue el 155 primero y el déficit fiscal, después. Pero ese tipo de cosas, sostienen los neoconvergentes como Eduard Pujol, distrae de lo importante, esto es, de la implementación de la república catalana. Se entienden pues las simpatías que esos activistas estudiantiles generan en el Govern.