Gabriel Jaraba durante la entrevista en 'Crónica Global' / CG

Gabriel Jaraba durante la entrevista en 'Crónica Global' / CG

Pensamiento

Jaraba: "Me pregunto si los catalanistas pluralistas no habremos sido usados como tontos útiles"

El periodista y profesor de comunicación señala que la ruptura en la sociedad catalana por el proyecto independentista durará "dos generaciones"

7 abril, 2019 00:00

Gabriel Jaraba (Barcelona, 1950) lo ha sido todo en el mundo del periodismo. Fue uno de los fundadores de El Periódico de Catalunya. Trabajó en Interviu, y en muchos otros medios. Y conoce TV3 en profundidad. Fue director adjunto de programación, jefe de proyectos, miembro del gabinete de dirección y cocreador del servicio de atención la audiencia de la televisión autonómica. Es profesor de comunicación en la UAB e investigador de su gabinete de comunicación y educación. Con ese bagaje se muestra ahora perplejo. Enfadado. Considera que los catalanistas, entre los que él se encontraba, han sido una especie de “tontos útiles”. Pero quien traiciona a todo ese mundo es el “independentismo”, los dirigentes que han “quebrado” la sociedad catalana. Es duro. Argumenta y matiza. Relaciona conceptos y personas. Y muestra un cierto desengaño con la sensación de que cualquier solución precisará de un largo tiempo.

--Pregunta: Como profesor de comunicación, después de muchos años en medios, ejerciendo de periodista, ¿qué cree que ha fallado en todo este tiempo en los medios públicos y privados respecto al proceso político en Cataluña que arranca, por lo menos, en 2012?

--Respuesta: El nacionalismo, al mutar en independentismo, se lanza a una revolución con la que nunca se había atrevido: imponer mediante los medios un cambio en la cultura política de Cataluña y una intervención dura en su sociedad civil. Lo que Aznar hace en los 90, que es romper con el relato de una transición basada en la concordia introduciendo elementos de fuerte beligerancia, lo hace el independentismo en 2012 con mayor sutileza, contundencia y amplitud: rompe con lo que llama “autonomismo” para ganar “el derecho a decidir”, sitúa como sujeto del relato no a un líder carismático sino al “pueblo” (lo que representa jugar con ventaja: el pueblo siempre tiene razón y no se le puede contradecir) y destruye los consensos básicos sociales, institucionales y políticos en torno a nacionalidad y pertenencia. El giro copernicano fue posible porque el nuevo discurso asumió la sentimentalidad básica del catalanismo histórico, se la apropió representándola mejor que nadie e hizo concebir a la ciudadanía, por primera vez en la historia, que la independencia era una utopía posible y disponible.

--¿Una ruptura, entonces?

--Que la ruptura era contundente queda hoy bien claro: roto y deteriorado el sistema de partidos en Cataluña, devaluadas las instituciones de Govern y Parlament hasta la degradación, dividida la sociedad, deformada la cultura política, entre otras sevicias sufridas. Hoy día el procés está acabado pero esa ruptura radical va a seguir afectando al país entero, influirá en la mentalidad de por lo menos dos generaciones y trasladará la cultura del espacio propio de un país de Europa occidental al de otro de la periferia. No exagero: eso es lo que significa que ahora mismo estemos hablando de estas cosas en lugar de por ejemplo inteligencia artificial, estado de las investigaciones en física cuántica, medicina biónica, exploración del espacio exterior, etc. La Universidad de Stanford acaba de crear un hub en el que se unifican ciencias y humanidades, aquí subvencionamos a los historiadores aficionados que sostienen que Colón y Cervantes eran catalanes, y encima muchísimas personas les creen.

--¿Pero qué ha pasado en los medios?

--En los medios se ha comprado el relato con mayor facilidad de la debida por la sencilla razón de que nuestro periodismo ha perdido pulso crítico, las empresas informativas están desorientadas y la única iniciativa privada en prensa impresa con atractivo que ha surgido era precisamente un agente de la ruptura. Si puede decirse que la sociedad civil musculada (es decir, con dinero e influencia) ha desaparecido de escena y que Cataluña ha dejado de ser relevante en los centros estratégicos, el resultado es este: el abandono del campo ideológico –y me atrevería que el de las propuestas civilizatorias— queda abandonado a los aventureros. Mucha gente creyó que la existencia de una radiotelevisión pública de calidad como TV3 y Catalunya Ràdio les excusaba de intervenir y además creían que esa calidad sería permanente. La polonización del audiovisual ha sido colada de rondón del mismo modo que lo ha sido un lenguaje y una concepción de la sociedad democrática que han sido tomados como admisibles en un país plural. Josep Borrell irrita tanto a los independentistas porque se resiste a esa aceptación y desvela su impostura al momento, les enfurece porque es contundente y enérgico; el relato parcial y parcializante ha sido introducido a base de mucha vaselina pero favorecido por una característica psicológica muy catalana: “el meu mal no vol soroll”. Las primeras manifestaciones de los “somriures” crearon un escenario muy fácil de comprar porque presentaban a la gente, “el pueblo”, como víctimas que merecen reparación, hacía que la gente se mirase en un espejo favorecedor, mostraban la posibilidad de una utopía disponible, escenificaban la evidencia de una sociedad deseada y su inevitabilidad y respondía a aquella ácida canción de Pi de la Serra: “som els millors”. El relato y la escenificación fueron muy fáciles de comprar, y no es que periodistas de una u otra tendencia no fueran capaces de resistirse a él, es que llovía sobre mojado. La cultura política compartida entre políticos, intelectuales y comunicadores es aún hoy idéntica a la del tardofranquismo y la transición: queremos paz, somos los portadores del progreso y nadie saldrá perjudicado. Es la “bona gent” de Junqueras, y precisamente en su discurso emocional reside la aberración. Mientras tanto, nadie se ha hecho la pregunta imprescindible: ¿todo esto quién lo paga? Porque la aventura de abrir una brecha de inestabilidad en el extremo occidental de Europa que ponga en serio peligro la Unión Europea es una empresa de alto calado estratégico y eso tiene necesariamente un alto precio. Eso no se financia simplemente desviando o reciclando presupuestos públicos o con donaciones.

Gabriel Jaraba durante la entrevista en el Crónica

Gabriel Jaraba durante la entrevista en el Crónica

--¿En qué medida un profesional de los medios debe explicar y cuestionar lo que ocurre, o se puede mimetizar a partir de un proyecto político?

--Depende del proyecto y depende de la cualidad de la adhesión. Es lógico que un periodista, en tanto que ciudadano e intelectual activo, apoye un proyecto político. De hecho esto está sucediendo continuamente en toda España, puesto que en nuestro país la prensa impresa es una prensa de partido que no se confiesa como tal. Lo que es necesario es que las proximidades queden tan claras como las distancias en cualesquiera de los casos. Dada la situación, aquí nadie está en condiciones de ir más allá de lo de “dijo la sartén al cazo”. El problema no es que uno u otro periodista se inclinen hacia uno u otro proyecto político, sí lo es que no existan editores de periódicos independientes, o que por lo menos no deban su hacienda a los bancos con los que están empeñados hasta las cejas. En un país en el que los grandes grupos de comunicación se han descapitalizado a causa de locas aventuras audiovisuales o inversiones descabelladas, ¿quién tirará la piedra contra un periodista que hace el cero coma cinco por ciento de lo que su empresario lleva a cabo multiplicado por diez mil? El reglamentismo que empapa las mentalidades dizque progresistas cree que los problemas de la información se solucionan con consejos del audiovisual o grandes cucharadas soperas de teoría de la ética; si se desean periodistas independientes, financien la creación y promoción de empresas periodísticas independientes que inviertan el mucho dinero que requiere elaborar información de calidad. La cruda verdad es que los periodistas ambiciosos aspiran a quitar y poner gobiernos, y esa ambición, por inapropiada que parezca, es legítima; cuando los resultados salen torcidos, se les censura por ello, y cuando se corresponden con la intención dominante, se alaba el caso Watergate por los siglos de los siglos.

--La complicidad de los periodistas en la transición fue total con los propios dirigentes políticos. ¿Cree que ha pasado algo parecido en Cataluña, con periodistas y medios implicados en el proceso independentista? ¿Qué diferencias había entonces, cuando, en realidad, se luchaba por un mismo objetivo: la transición a la democracia?

--Esa complicidad general no se produjo en Cataluña en los inicios de la transición pues Jordi Pujol se situó de espaldas y a la contra de la profesión periodística en general, solamente confiaba en grupos afines generalmente situados en el diario Avui. Pujol aspiraba, históricamente, a conseguir la adhesión editorial de La Vanguardia pero su fracaso ha sido, como se sabe, sonado. La complicidad tuvo lugar a medida que el pujolismo en su etapa de gestor público iba siendo capaz de concitar intereses económicos en torno suyo y la composición generacional de las redacciones cambiaba. En un momento determinado, debido a la digamos curiosa gestión de las empresas periodísticas que convirtió éxitos editoriales reales o potenciales en derivas problemáticas, permitió que la creación de un semillero de intelectuales orgánicos nacionalistas e independentistas llevaran al seno del periodismo profesional la hegemonía que antes habían conquistado en la sociedad. Hay que decir que las élites industriales barcelonesas y el empresariado en general renunciaron muy pronto a invertir en información, Antonio Asensio, el primer editor de prensa surgido de la nada, un outsider en sus orígenes y en su final, siempre fue una rara avis. Sí lo hicieron algunos empresarios de la Cataluña interior deseosos de suplantar, si no contrapesar, lo que llamaban “centralismo barcelonés” comenzando por inclinar el clima informativo hacia su concepción del mundo. A los empresarios barceloneses que hoy lloriquean porque ni sus intereses ni su mentalidad se reflejan en la esfera pública mediática hay que decirles que haberlo pensado antes cuando dejaron solo a Asensio o a otros emprendedores que hubieran podido hacer un papel. Lo que unos han logrado con el diario Ara podían haberlo hecho otros que además tenían más dinero. En cuanto a las fuerzas políticas de izquierdas o no independentistas y su posible papel en promover o por lo menos ayudar a una inversión en información que pudiera decidir por lo menos relatos si no hegemonías, ni están ni se les espera.

Gabriel Jaraba durante la entrevista en el Crónica

Gabriel Jaraba durante la entrevista en el Crónica

Jaraba, en la redacción de 'Crónica Global'

--La izquierda catalanista y el nacionalismo abogaron por aquella frase de Josep Benet, de un sol poble. ¿Qué ha quedado de aquel deseo? ¿Se ha logrado, o era una farsa que escondía otra cosa?

--No sólo la izquierda catalanista y el nacionalismo sino amplísimos sectores de trabajadores, y no únicamente los más concienciados: siendo un inmigrante, que tu hijo se haga catalán y sea tratado como tal era un signo de éxito social. No se olvide que la inmigración del resto de España a Cataluña arranca desde mucho antes de la república, y que esa fusión en un solo pueblo se produjo ya en las trincheras republicanas luchando contra el fascismo. Yo estoy convencido de que los catalanes somos hoy un solo pueblo, por dos razones poderosas: una, no ha surgido un comunitarismo partidista ideologizado como en Irlanda del norte; otra, la propaganda y gesticulación independentista no pueden romper el hecho de que todos somos ciudadanos sometidos a las mismas obligaciones y titulares de los mismos derechos. Aquel deseo de ser un solo pueblo era sincero: pretendía curar las heridas de la guerra civil en un sentido semejante al de la política de reconciliación nacional del Partido Comunista de España y el Partido Socialista Unificado de Catalunya o de las actitudes democráticas de las nuevas generaciones de sacerdotes católicos. Y ese deseo respondía a la conciencia de que una Cataluña dividida en comunitarismos no podía ser un país democrático, como ahora mismo podemos comprobar. Ahora bien, cabe preguntarse, y algunos lo hacemos, si los catalanistas pluralistas no habremos sido usados como tontos útiles por quienes ya en aquel momento tenían la intención de modelar de una vez por todas un país plural en torno a un uniformismo dictado por una parte. Es posible que haya sido así, pero ello no quita que nosotros hayamos sido sinceros, que hayamos hecho nuestro papel en la lucha por la democracia y que tengamos que seguir haciéndolo por el mismo objetivo.

--¿Qué quiere decir?

--Este es un país pequeño y aquí nos conocemos todos, y quien quiera conseguir determinados objetivos, que lo diga. Algunos lo dicen y bien claro, pero entonces que no se extrañen que se exponga su impostura ante el imprescindible pluralismo que debe tener cualquier sociedad democrática. Sabíamos que el pujolismo era un protoindependentismo, pero confiamos demasiado en nuestras propias fuerzas y creíamos que se diluiría en la modernidad; lo mismo creyeron las élites intelectuales, artísticas e industriales que se desmarcaron del pujolismo por regresivo y se entusiasmaron con el proyecto olímpico; en ese momento debíamos de haber advertido que serían los nacionalistas quienes traicionarían lo del “un sol poble” al ver el boicot descarado e hipócrita de los Juegos Olímpicos demostrando que “poble” sí, pero sólo si mandaban ellos. Ahí está el final de Benet alojado en un instituto de historia nacionalista como conclusión de su trayectoria política para demostrar el alcance de “un sol poble” a la hora de la verdad.

--¿Entiende que el proyecto independentista ha sido y es transversal?

--En absoluto. Cuando se dice que es así se intenta simular, inducir o forzar una asimilación, por no decir sumisión, a un diktat que no puede ser pronunciado ni siquiera con una mayoría parlamentaria. Sin embargo, se afirma tal cosa para ocultar otra, que el partido más votado en el Parlament es antiindependentista y que no es ni mucho menos la única fuerza política que lo es. El agitprop independentista usa diversas trampas conceptuales que no son más que burdas falacias, como la acusación de equidistantes a quienes se muestran renuentes a sus intentos de asimilación.

--¿Por tanto?

--Un movimiento nacionalpopulista no puede ser transversal en una nación de Europa occidental, por tanto sociedad pluralista y compleja. Cataluña no es Lituania, ni Ucrania, ni Crimea, aunque cierta dirigencia independentista y gran parte de sus seguidores sueñen aún hoy con un Maidan particular que llegue a donde no pudo llegar el 1-0. A lo que el nacionalpopulismo independentista se enfrenta no es (sólo) a un estado miembro de la Unión Europea que no está dispuesto a dejarse desmembrar ni a la mitad por lo menos de la población catalana que se niega a ser uniformizada, lo que tiene delante es una sociedad compleja que encara un futuro que ya está aquí y que consiste en un verdadero tsunami civilizacional que va a cambiar nuestras formas de vida, comenzando por el empleo y la educación, en menos de una década. Este tsunami del siglo XXI no es un problema del siglo XX como la autodeterminación ni requiere soluciones del siglo XIX como la soberanía, es el cambio civilizatorio producido por la comunicación, la globalización y la lucha entre el capital financiero y el capital industrial. ¿Cómo va a haber transversalidad en una Cataluña ciudad en la que se mezclan tantas etnias, idiomas y visiones del mundo? No vivimos en el Olot de Vayreda sino en el Seattle de Jeff Bezos, y eso es lo que hace que la revolución de las sonrisas las cambie por muecas: esa expresión en el rostro de Joaquim Torra refleja el desagrado ante una realidad que les supera y que niegan. No hay transversalidad posible en el actual contexto sociológico y su marco estratégico.

--Usted ha visto, desde finales de los 60, toda la evolución política, social, económica y cultural de Cataluña. Y lo ha hecho como impulsor de iniciativas periodísticas y culturales. ¿Cree que ya estaba presente, en los dirigentes nacionalistas, la voluntad de caminar hacia un estado propio?

--Siempre lo ha estado y nunca han renunciado a ello. Eso es legítimo, pero no lo es tanto cierta sensación de superioridad que subyacía y subyace a esa conciencia y cierta tendencia de ir con “el roc a la faixa”. Con el Estado propio a lo sumo se bromeaba; al empresario Joan Baptista Cendrós, creador de Òmnium Cultural, como fabricaba una loción de afeitado, se le llamaba “el ministro de colonias”. Obsérvese que en sus inicios el diario Avui fue promovido como una operación “de país”, como un diario en catalán que debía ser patrimonio de todos los catalanes y que fue financiado mediante aportaciones populares y la creación de un fondo de arte con obras regaladas y finalmente desembocó no en diario de todos sino diario de una parte. Esa suplantación del todo por la parte y la apelación a asumir como si fuera de toda la ciudadanía un proyecto que respondía a intereses parciales se encuentra ya en una expresión muy popular tan aparentemente rotunda como realmente ambigua como es “entre tots ho farem tot”. La intención parcial oculta, la suplantación de la totalidad por el interés de parte, ha estado ya presente en los inicios del catalanismo cultural. “Entre tots ho farem tot… però amb el roc a la faixa”: el que no se asimila al interés partidario es neutralizado.

--¿Con posibilidades de implantar ese proyecto?

--Durante todos esos años se ha vivido bajo el dilema que tan bien expresó Raimon Obiols: si te dijeran que apretando un botón Cataluña sería independiente sin que se produjera daño ni consecuencia negativa algunos, ¿lo apretarías? Lo que importa no es el independentismo primigenio más o menos extendido en los dirigentes nacionalistas, lo que es necesario estudiar es en qué medida y por qué causas el dilema del botón mágico se ha abierto paso entre la ciudadanía. Lo que ahora me pregunto es si es posible recuperar el catalanismo como territorio común desde el que restañar las heridas que ha dejado el procés, porque no podemos estar así indefinidamente y porque no podemos permitir que la hipertrofia independentista conduzca al país a la decadencia y el atraso; el desgobierno ya lo tenemos instalado en el Govern y el Parlament. Personas tan sensatas como Antoni Puigverd o Jordi Amat creen que sí; una mente tan igualmente aguda como Francesc Trillas cree que no. Pero incluso el federalismo que propone este último, y que a mí me resulta especialmente atractivo --no soy más que un federalista europeo-- es difícil de extender como terreno común general al haber sido fuertemente contaminado por el discurso brutalista del activismo independentista y al no parecer lo suficientemente “alternativo” o revolucionario para los diversos sectores de “comuns”. El objetivo es hacer ver que no existe ningún botón, que el que parecía existir era el botón del Doctor Strangelove y que un país moderno con una mínima oportunidad de futuro pasa necesariamente por una Europa federal y unida.

--¿Entiende que haya una parte de Cataluña que se sienta traicionada, la que hizo un esfuerzo por hacer suya la carta catalanista y nacionalista, pero que nunca pensó que se pudiera ir tan lejos? ¿Usted se siente traicionado?

--Traición es una palabra gruesa que no utilizaré porque viene siendo profusamente empleada en la comedia de enredo en que se ha convertido la agitprop independentista y porque forma parte de cierta querencia por un tremendismo verbal que se expresa por ejemplo en “unionistas” para designar a quienes se sienten y son ciudadanos españoles, como si nos encontrásemos en un país en guerra con bandos armados y adscritos a confesionalismos religiosos. A veces sí que me siento víctima de una tomadura de pelo porque, cuando muchos de los actuales cazadores de traidores aún no habían nacido, había gente parecida a un servidor pero más valiente que ponía la carne propia en el asador de las manifestaciones, la cárcel, las detenciones y el movimiento democrático organizado como sus padres la pusieron en el frente de guerra (bueno, los de ellos también, pero generalmente en el bando contrario). De manera que estas cosas hay que tomárselas con humor y decir “unionista tu padre, que era estraperlista”. Digamos pues que me siento estafado por unos tipos que me han devuelto a la casilla de salida: hace 55 años tuve que luchar para recuperar mi país y con él las libertades cívicas y todo este tiempo después me veo obligado a hacer lo mismo como si aquí no hubiera pasado nada. Eso me enfurece enormemente y me motiva a reflexionar sobre cómo salir de esta situación.

--¿Y cómo?

--El problema no es el pasado sino el futuro: saber cómo lograr la regeneración de la sociedad después de semejante juego de trileros que ha atraído tan grande multitud de espectadores deseosos de participar en la búsqueda de la sota esquiva. ¿Va a pasar por un recuperado catalanismo transversal que se dé cuenta de que el independentismo conduce a la ruina del país, cuando el halago victimista del nacionalpopulismo es una droga muy dura de la que cuesta desengancharse? ¿Va a pasar por una recentralización impuesta que acabe de facto si no de iure con la mayor, mejor y más prolongada época de autogobierno de Cataluña? ¿Se es consciente de que no sucederá que un día nos despertemos y haya desaparecido esa cuasi mitad de votantes de la independencia y su aspiración ilusionada? ¿Cómo demonios vamos a salir de ese bloqueo? ¿Como siempre, a trancas y barrancas sin un verdadero liderazgo político, ideológico e intelectual capaz de ser visionario del futuro? ¿Alguien vislumbra algún estadista en el horizonte? Los políticos progresistas y los catalanistas de izquierdas piensan en los términos en que pensaba la izquierda durante el tardofranquismo y la transición, y toda la cultura cívica de Cataluña está teñida por ese patrón superado: quienes esperan repetir el 1-O son simples xirinaquistas. En el fondo no hay tanta diferencia entre Carod-Rovira y Torra en cuanto a la manera de pensar la nación, como no la hay en absoluto entre la de Puigdemont y Sànchez; escucho a Cuixart y me creo viviendo en 1974 y oigo a Junqueras y suspiro al ver que se cree Mandela. No es traición, es una manera de pensar, ver y hacer las cosas absolutamente demodé.