BBVA Sabadell anunciaron esta semana la puesta en marcha de sus preparativos de boda. El sistema financiero nacional se empieza a configurar como un compacto oligopolio integrado por un trío de titanes. De un lado, el que surja de la gran alianza entre Caixabank y Bankia. De otro, el que planean formalizar BBVA y Sabadell. Y por último, el Santander y su grupo, al que le está llegando ya la hora de mover ficha.

Así pues, el negocio pecuniario sigue en pleno reajuste. Ahora quema etapas y se lanza a una carrera acelerada para ganar tamaño a todo trapo. ¿Qué consecuencias se desprenden de este fenómeno?

Como es sabido, la integración de grandes compañías suele aflorar sinergias que a la larga rinden frutos suculentos. Pero de igual modo, es probable que en el rabioso corto plazo genere fuertes costes redundantes. El primero de ellos atañe a la plantilla. La fusión implica doblar de golpe y porrazo el número de miembros que componen los cuadros de mando.

Adicionalmente, ocurre que muchas oficinas de las dos redes se encuentran situadas con harta frecuencia una justo al lado de otra o a corta distancia. Tras los esponsales no parece sino que pidan a gritos que alguien empuñe la podadera.

Asimismo, una digitalización trepidante ha irrumpido en el circuito monetario, con la secuela de que los clientes dejen de frecuentar con regularidad las sucursales. Bien al contrario, en su mayoría ya no las pisan casi nunca.

Por fas o por nefas, el censo bancario ha experimentado purgas draconianas en los últimos lustros. A su duro impacto se suma ahora el derivado del auge de las entidades por internet.

Sin embargo, aunque parezca increíble, tras 12 años consecutivos de despidos de empleados y cierres de establecimientos, al día de hoy sigue habiendo sobrantes de unos y otros a manos llenas.

Es de recordar que la máxima expansión territorial del mercado crematístico se alcanzó en 2008, justo antes de estallar sendas crisis devastadoras en los ramos financiero e inmobiliario.

En aquel momento, los intermediarios del dinero contaban con 45.000 centros abiertos al público y 280.000 asalariados. Hoy apenas subsisten alrededor de 23.000 y 179.000, respectivamente.

En pocos sectores han menguado los contingentes comerciales y laborales con un ímpetu tan arrollador. Pero lo visto hasta ahora es solo el aperitivo. Datos cantan. La unión Caixabank-Bankia dejará un excedente estimado en nada menos que 10.000 profesionales. El engarce BBVA-Sabadell tampoco es manco a la hora de la criba. De momento, proyecta 5.000 despidos y la clausura de 1.500 agencias.

Por su parte, el Santander, antes de enfrascarse en su propio proceso de concentración, pregona que planea despachar a 4.000 currantes y, de paso, bajar la persiana de un millar de dependencias.

Por si los riesgos y amenazas existentes no bastaran, he aquí que los gigantes de la pasta han de afrontar la irrupción de un flamante rival, a saber, las sociedades de financiación fintech. Éstas ofrecen el mismo servicio que aquéllos, pero por medio de internet. Es decir, sin instalaciones y con una plantilla mínima. Así pueden cargar a los clientes unos costes de mediación claramente inferiores a los que practican desde tiempo inmemorial las instituciones crediticias clásicas.

En resumidas cuentas, España camina a marchas forzadas hacia una arquitectura compuesta por tres colosos del numerario. Dicho con otras palabras, el 70% de la actividad económica y la riqueza de este país acabará circulando por las ramificadas cañerías de esa troika de cíclopes corporativos.

 

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