Si no están ustedes de acuerdo con la premisa que, en  democracia, la minoría, ( siempre y cuando esta minoría esté sustentada por los votos), por definición es aquello que no gusta a la mayoría, este artículo no les parecerá bien.  

Vox es un “minoría” que sacó en las últimas elecciones generales más de tres millones de votos y, aunque nos sorprenda y duela a muchos, tenemos ante nosotros un “grupo” nada desdeñable y muy pero que muy intranquilizador de ciudadanos con un ideario alarmante.

El ejercicio de la democracia sin complejos se fundamenta también (y sobretodo) en el respeto a la minoría incluso cuando esta minoría es de extrema derecha. Mal empezaríamos si, porque despreciamos esta minoría con la que estamos absolutamente en desacuerdo con lo que propugna, comenzáramos a torcer las reglas del juego democrático para privarles de aquello que la democracia misma les da derecho.

Vox es un partido que defiende entre otras salvajadas y con unas consignas fascistas que están a las antípodas de mi ideología política, la xenofobia, el machismo o la injusticia social mientras proclama auténticas barbaridades usando un populismo perverso. El último ejemplo lo tenemos en la campaña electoral de la Comunidad de Madrid con esos carteles maniqueos y rastreros que pretenden asimilar a los menores no acompañados con encapuchados delincuentes mientras mienten vilmente y comparan las subvenciones recibidas con las pensiones de nuestros mayores.

Dicho todo esto y dejando muy claro mi rechazo absoluto por lo que representa: ¿Tiene Vox o no tiene representación democrática? ¿Sus votos son o no son votos democráticos? ¿Es un partido legal o no es legal?

Si las respuestas son afirmativas deberíamos defender que se les aplique la más estricta de las normas democráticas y, por lo tanto, no deberían valer las argucias y las triquiñuelas para corromper este mismo sistema democrático manipulando el reglamento para dejarles fuera de las comisiones o sin representación en el senado si sus votos, --ganados lícitamente y sin engañar a su electorado en lo que a su ideología y modelo de país se refiere--, les dan derecho a ello.  

¿Haciendo ese juego sucio a las reglas democráticas establecidas y respetadas por todos hasta ahora no estaremos siendo precisamente (y preocupantemente)  antidemocráticos al no respetar el resultado de los votos?

Para no corromper la base consustancial de lo que significa la democracia, la solución para frenar y acallar a la extrema derecha no debería pasar por trampear con el reglamento. Ya dijo el Conde de Romanones: Haga usted las leyes y déjeme a mí los reglamentos. Más bien deberíamos esforzarnos en minar su confianza e influencia ganándoles dialécticamente en el congreso. Refutemos sus argumentos y dejémoslos en evidencia en los foros, en las tertulias y, sobre todo, en el único sitio definitivo para echarles de la  vida democrática: en las urnas.

Hagánse la pregunta de si tras del debate en la Ser y la censurable y menospreciable actitud que tuvo la candidata de Vox en la Comunidad de Madrid usando, con altivez chulesca, un tono beligerante, lamentable y radical esta misma arrogancia y fanfarronada le ha hecho perder algún votante o más bien al contrario.