A la vista del hartazgo que produce ya tanto postureo en torno a la constitución de los nuevos gobiernos locales, lo más indicado parece esperar a que nos lo expliquen cuando acaben. Total, tampoco podemos hacer gran cosa. No hay más que otear el panorama general de conversaciones o como queramos llamar a esta gran timba para repartir la bolsa de trabajo que suponen ayuntamientos, comunidades autónomas, diputaciones, organismos, empresas y entidades públicas de todo tipo y pelaje. El ciudadano se ha transmutado en simple observador. Es de tal dimensión el carajal de negociaciones que dan ganas de mandar a hacer puñetas toda esta liturgia que Kafka jamás hubiese imaginado y a sus oficiantes. Dicho sea, lo de las puñetas, en su acepción más estrictamente castellana, que en sus orígenes, hace dos siglos, equivalía a enviar a alguien a la cárcel, lugar en donde se hacían tan distinguidos complementos para las togas. Cosa bien distinta del sentido onanista de la expresión en una gran parte de Latinoamérica.

Decir que vivimos un mundo líquido, ya empieza a ser hasta cansino por repetitivo. Más bien estamos en un mundo enloquecido. Aunque tanta aceleración, combinada con una desmedida querencia por el pastoreo, permite observar saltos evolutivos de singular interés. Así, para los Comuns, Manuel Valls ha dejado de ser la bestia parda, exponente insigne de las élites, y ha pasado a ser simplemente “un socialista francés”. Es decir un tipo raro pero dadivoso. Tal vez precisamente por esto. Y, por supuesto, un socialdemócrata contumaz. En el fondo, un personaje a extinguir si se mira desde la óptica de la vieja dinámica de “lucha de clase contra clase” propia de los tiempos de la Internacional Comunista, vamos, carne de gulag. Llamar socialdemócrata a alguien en aquella época era el peor anatema posible, prácticamente equiparable a fascista. Pero teniendo en cuenta las circunstancias y que los tiempos adelantan que es una barbaridad, puede verse como un apelativo halagador y hasta cariñoso: los votos son los votos, aunque procedan del mejor exponente de las élites, burguesas claro. Antes, apenas hace nada, se llamaba la casta.

Ahora bien, Manuel Valls es también un personaje versátilmente percibido: entre esas mismas élites y, sobre todo, en algunos ámbitos de Madrid ha pasado a ser simultáneamente “un hombre de Estado”, digamos incluso que un verdadero “patriota” --español, claro-- dispuesto a todo para cerrar el paso al independentismo en Barcelona. Sin duda, haber sido ministro del interior en Francia imprime carácter, como el sacramento de la confirmación, más que haber sido primer ministro. Una consideración y un aplauso en el que participan cuantos desde la burguesía, las élites, la sociedad civil catalana echaban pestes hasta hace unos días del gobierno municipal de los Comuns, y ahora disfrutan con pensar que doña Inmaculada siga de alcaldesa. Un cambio de actitud que supone, en el fondo, una permuta de candidato, a medio camino entre lo patético y lo ridículo. Una mutación que es francamente sorprendente. Todo el mundo tiene derecho a cambiar. La evolución es ley de vida. La política es el arte de lo posible pero, por lo descubierto, también de lo imposible o, cuando menos de lo inesperado. Por más que cueste entender tan súbita metamorfosis y tan fervoroso entusiasmo. Sin duda, nada comparable con el frenesí manifestado por amplios sectores de la burguesía ante la entrada de las tropas franquistas en Barcelona hace 80 años: entre la dictadura del proletariado y la de Franco... mientras casi medio millón de personas cruzaba la frontera con Francia.

La alcaldesa en funciones de Barcelona pretende concurrir a la reelección cual Lady Godiva, cabalgando a pelo sobre el caballo de la investidura municipal, sin acuerdo previo de tipo alguno, con un par. Convencida de tener pillados a los constitucionalistas por sus genitales, aseguró este fin de semana, sin pudor ni cortapisas, que no hace pactos con fuerzas de derecha, refiriéndose a Manuel Valls. La duda principal no es si aceptará o no sus votos. Aquel es libre de hacer y hará con ellos lo que le venga en gana. El problema es saber si también el PSC aportará los suyos sin pacto previo. Cuesta creer que los socialistas sean tan candorosos como para brindar igualmente su apoyo gratis et amore, a la espera de que después les llamen y repiquen las campanas anunciando el desposorio. Nunca segundas partes fueron buenas. Puede sonar a crónica de divorcio anunciado. ¿Y, si al día siguiente, cuelgan los Comuns del balcón consistorial un gran lazo amarillo? ¿Qué hará entonces Jaume Collboni y su alegre muchachada?

Hay un exceso de testosterona general. Tiene su cosa incluso el hecho de que, llegados al final del juicio en el Tribunal Supremo, las conclusiones las hagan “las partes”. Son cosas de la polisemia, pero da una idea de cómo se cocina el futuro: a base de impulsos glandulares aderezados con una gran dosis de sentimientos. Y no precisamente amorosos. Sin que sepamos a ciencia cierta si la solución está en manos de un endocrino o de un psiquiatra. Al procés también le sobran gónadas y le falta seso: hasta el vicario Torra parece más empeñado en marcar paquete que perfil político. La solución, el próximo sábado.