Decían los filósofos que en el antiguo Egipto se llamaba a las bibliotecas “el tesoro de los remedios del alma”, ya que en ellas se curaba de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás.

Ha pasado un año desde las últimas elecciones en Cataluña y seguimos igual, nada ha cambiado con los nuevos dirigentes del poder autonómico. La coalición de Junts per Catalunya sigue aferrándose a su juego infantil de conculcar las leyes que les permite, en base a la libertad que ellos propugnan, el derecho a no cumplir lo que esas mismas leyes obligan.

Por otro lado, tenemos a los de Esquerra Republicana que, cada vez más, dan la sensación de tener que negociar con ignorantes, pero ¡ojo!, cada vez más peligrosos, ya que son capaces de hacernos descender a su nivel, y allí, vencernos por su experiencia. Basta con oírlos en sus conclusiones sobre la guerra en Ucrania.

Y finalmente, nos quedan los anarco-catalanistas o como quieran definirse los de la CUP, que siguen pensando que las libertades en este país no se conceden, sino que, se toman. Su posición con el llamado “fenómeno okupa” es un claro ejemplo de su línea de actuación.

Lo curioso del caso es que todos los nombrados coinciden en un único fin, que en el fondo es lo que los une, que es volver a una situación similar a la experimentada en el 2017. O sea, que transcurrido todo este tiempo negociando con el independentismo, lo que hemos conseguido ha sido algo parecido como montar en una bicicleta estática donde te has esforzado, cansado, sudado y agotado para, al final, no llevarte a ningún lado.

Eso sí, va aumentando la sensación de que hemos llegado finalmente a la conclusión de tener que resolver el problema, cada vez más enquistado, de un nacionalismo particularista donde cada grupo ya ha dejado de sentirse a sí mismo como parte y, en consecuencia, ya no comparte los sentimientos de los demás, yendo cada uno por su lado.

Alguna respuesta a todo esto debe de haberla, digo yo. Al menos, algunos políticos lo están intentando. Sin duda, uno de ellos es Salvador Illa, que desde que se convirtió en el líder de los socialistas catalanes, ha puesto el turbo en marcha aun teniendo difícil ayuda sin el poder de gobernar. La lógica, que es lo que creo en lo que él se apoya, por fuerza, va de ser recompensada por la ciudadanía catalana.

Creo que ha entendido que conllevar los problemas sin enfrentarse a ellos no es la solución. Por tanto, debemos valorar esa apertura de ideas que propone en la búsqueda de soluciones de difícil aceptación popular.  El éxito en encontrar acuerdos en cuestiones tan controvertidas como el problema de la lengua, o el empeño en conseguir una ley electoral catalana más justa y proporcionada con el ciudadano y no con el territorio, va a influir mucho en su objetivo final.

Sin duda, hay mucho camino por recorrer y los obstáculos serán difíciles de superar. En eso, los partidos políticos en todo su espectro ideológico van a tener un papel relevante en el resultado final. Todo dependerá de la aptitud/actitud de sus dirigentes, aunque, cabría recordar, y todavía estamos a tiempo, que los partidos no pertenecen a su militancia, sino que son patrimonio de la sociedad y representan las aportaciones políticas y culturales de su historia. De ahí, esa responsabilidad y el deseo de que estén a la altura.

Por tanto, busquemos soluciones para que cada vez más ciudadanos se sientan involucrados en participar mediante el voto. Esto, querido lector, es de máxima importancia porque “si tú no vas, ellos vuelven”.