Primera parte:

―Ante todo ―comenta Triginer―, quiero decir que de todo lo que se ha dicho hasta ahora no tengo nada en contra, pero… ahora quiero decir algo que nunca he contado.

El silencio en la sala se apoderó del momento. Creo que todos esperábamos algo imprevisto, algo que no sospechábamos qué podría ser.

Corrían los meses finales del 2012 cuando fui invitado a una conferencia que llevaba por título La Asamblea de Cataluña, aunque, en realidad, lo que pretendíamos era debatir diferentes hipótesis sobre la creación y formación del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) allá por los años 70 del siglo pasado. El tema tenía su jugo por lo que intenté prepararme con esmero en la documentación relacionada. La convocatoria al coloquio fue la adecuada, aunque el quórum fue un tanto escaso. Lo curioso es que, dentro de los presentes, pude ver a varios dirigentes de la extinta ejecutiva de la Federación Socialista Catalana (FSC-PSOE), encabezada por su secretario general, Josep Maria Triginer, junto con otros miembros de su junta, Paco Parras, Rico, Balcells, y alguno más que no recuerdo. Mi exposición duró casi una hora y confieso que quizás no fue lo entretenida que yo esperaba. Sin embargo, todo cambió cuando casi al finalizar observé que el compañero Triginer, levantándose desde un lateral de la sala, pedía participar con insistencia y solemnidad, dándole el presidente de la mesa la palabra…

―Pocas semanas antes ―explicaba Triginer― de las primeras elecciones generales de 1977 y, todavía estando en periodo de negociación entre las tres formaciones socialistas, PSC (Congrés), PSC (Reagrupament) y la FSC-PSOE, recibí un documento desde la dirección del PSOE de Madrid donde se me informaba de que los sondeos nos daban a la FSC-PSOE una mayoría holgada en Cataluña en las primeras elecciones generales. Entonces… decidí meter ese documento en un calaix (cajón) sin tan siquiera comunicarlo a mis compañeros de la junta ejecutiva. No sé qué hubiera ocurrido si lo llego a compartir con todos, pero eso… eso fue lo que hice.

Tras esa breve intervención relatando un suceso ocurrido hacia más de cuatro décadas, la conferencia se dio por concluida. No me imagino lo que pensaron los demás, pero en lo que respecta a mí, sinceramente, me quedé atónito. Toda mi exposición quedó enterrada en el olvido tras la intervención de mi querido Josep Maria. Poco después, en una conversación ya en privado, le pregunté cuál fue el motivo de su decisión, pues realmente estaba intrigado. Su respuesta iba en la dirección de que el argumento de que existiera la posibilidad de ganar las elecciones en Cataluña por mayoría absoluta era muy elevado; por tanto, el no tener un sustrato intelectual suficiente en la mayoría de mis compañeros de partido, le hizo prevalecer la idea de que la unificación con los intelectuales del PSC (Congrés), Reventós, Serra, Maragall, etcétera, tendría más validez que nunca, pues solo él, siendo perito industrial y Ramos ingeniero, aportaban estudios superiores. Pasado el tiempo, no seré yo quien valore las actuaciones de uno u otro en unos momentos de alta incertidumbre política en plena Transición española; sin embargo, muchas veces me he preguntado qué habría sucedido en Cataluña si no se hubiera llegado al acuerdo de unificación socialista y el PSOE hubiera ido solo a las elecciones como parece ser que era el deseo mayoritario de su militancia. ¿La conversión identitaria en el socialismo catalán se habría producido? ¿Habríamos llegado a la misma situación en que nos encontramos actualmente? Quién sabe… Algunas veces se ha generado debate entre gente próxima al socialismo no identitario e incluso dentro de la militancia, preguntándose todavía que cómo es posible que hayamos llegado a esta situación. La mayoría todavía no se lo explica. En mi caso, cuando me plantean esta cuestión, siempre les remito a que, quizás, la respuesta que buscan esté guardada en un calaix.

Segunda parte:

Y ya que hablamos de momentos únicos, años después tuve la ocasión de experimentar, como si se tratara de las dos caras de Jano, la otra visión que complementa en Cataluña lo escrito sobre la convivencia entre dos sociedades con diferentes actitudes identitarias que conviven en un mismo territorio. Ya se lo imaginan, ¿verdad?

―Perdone, señor ―responde Marta Ferrusola―. Usted no ha visto ni verá nunca un catalán que llegue a ser presidente de España.

El encuentro fue casual en un restaurante emblemático del pueblo. El matrimonio Pujol Ferrusola hizo su entrada en el establecimiento para, supongo, disfrutar de un ágape de temporada. El intercambio de salutaciones iba por el camino hasta que por mi parte tomé la iniciativa de vanagloriar el valor político de un personaje público tan relevante, incluso sin estar de acuerdo con sus ideas y objetivos, comentándole que incluso podría haber llegado a ser presidente del Gobierno de España…

La respuesta fue inmediata por parte de su mujer y he de confesar que me sorprendió y que quizás pude ser más comedido; sin embargo:

―Perdone, señora, pero creo que se equivoca.

―Ah, sí, entonces dígame usted alguno que haya sido ―responde Ferrusola.

Era la primera vez que intercambiaba alguna frase con tan “ilustre dama”. Su carácter no flaqueaba en dureza, convencida de su afirmación y bajo la atenta mirada de su marido; no obstante, seguí al quite:

―¿Usted conoce la avenida Pi i Margall, en Barcelona?

―Sí, la conozco, y ¿qué? ―responde inmediatamente.

―¿Sabe usted quién fue este señor?

―…

El silencio por respuesta, aunque fueran solo algunos segundos, se hizo interminable.

―Entonces, ya me dirá usted quién fue ―responde.

―Este político llegó a ser presidente de la I República Española, lo mismo que Estanislao Figueres. Es más, tuvimos casi a un virrey en España, el general Joan Prim.

De la tensión llegamos rápidamente al descontrol. De pronto, observo que el Molt Honorable comienza a fruncir el ceño en vista de la situación crispante entre su mujer y yo. En un abrir y cerrar de ojos, este apoya su mano sobre la mía, inmovilizándome la salida de tal absurdo embrollo y, dirigiéndose a mí, me pregunta:

―A ver, usted me dijo que fue concejal en este pueblo, ¿verdad?

―Pues sí, hace unos años ―respondí.

―Pero, usted no nació aquí, ¿es así?

―Tiene razón, no he nacido aquí.

―¿Dónde nació usted?

―Nací en un pequeño pueblo de Ciudad Real.

―Entonces… Vostè és un intrús!, ¿no? ―pregunta con su habitual expresión gélida.

No podía creer lo que estaba escuchando. Confieso que tuve una reacción interna inadecuada que, finalmente, pude controlar. Pero… ¿cómo se atreve este hombre a responderme así?, pensé por un instante…

Un intrús!... Podría ser que sí, señor Pujol. Podría ser… lo mismo que usted.

―¡Oiga, señor! ―toma de nuevo la iniciativa la señora―, que mi marido nació aquí en Premià, no como usted.

―Lo sé, pero toda su familia, sus padres emigraron aquí gracias al “enchufe” del párroco de Premià de Mar.

―¿Y cómo sabe usted esto? ―pregunta el Honorable.

―Porque he leído sus memorias, señor Pujol.

La situación en ese momento más que tensa, parecía cómica. Por un lado, Pujol presionándome la mano en la mesa sin poder de escapatoria; y por el otro, mi mujer, estirando de la otra mano, previendo males peores. Por suerte, un allegado a la ilustre pareja aparece en aquel instante por lo que, en un segundo, me libero. Fue increíble, no hubo ni despedida… Creo que las dos partes nos vimos tan ofendidas que el silencio fue la mejor terapia. El dueño del negocio, al pedir la cuenta, muy discretamente me pregunta qué es lo que ha pasado. No era el momento para explicaciones, pero le comenté que más tarde hablaríamos. Meses después los acontecimientos en la familia Pujol tomaron un protagonismo inesperado. Las transacciones en Andorra, los coches de lujo en un almacén del polígono Bubisa de Premià de Dalt, junto con el derribo a lo Sadam Hussein de la estatua erigida al expresidente en su pueblo natal, ya formaban parte de un nuevo anacronismo hispano.

Pasado el tiempo, créanme, he reflexionado mucho sobre aquel momento, buscando el sentido de lo ocurrido. No reprocho la falta de conocimiento histórico de la señora en cuestión, pues la manipulación histórica que seguimos padeciendo en Cataluña y, por qué no, también en el resto de España, es de nota, aunque el silencio de su marido al escuchar tal falsedad histórica pudiera ser censurable. Por otro lado, la reacción en defensa de no dejar en evidencia a su mujer ante un extraño también tiene sentido; es probable que yo hubiera actuado igual, pero… llamarme intrús, eso es intolerable. Solo los volví a ver el año siguiente en la celebración del Domingo de Ramos. Nada que decir, solo que los años no perdonan a nadie. Les deseo lo mejor en su viaje a Ítaca.