Todos hemos visto, algunos en directo y otros en diferido, lo que el ser humano es capaz de hacer cuando su modus operandi es actuar en grupo, sostenido por una serie de consignas que alientan a la lucha, en base a no sé qué emoción o sentimiento compartido. Todo en el nombre de una tierra, que ya no es tal, y de una cultura que se nos impone, a una parte de la población, a base de novelas de caballería o tergiversando la Historia. Vamos a dejarlo ahí.
Contemplamos, algunos con tristeza, los que vivimos aquí; y otros con perplejidad, los que viven en el resto de la España visigótica, que es como nos definía el honorable señor Pujol, el principio o quizás el final, Dios lo quiera, de un esperpento intelectual que dura ya más de un siglo.
En estos días hemos compartido casi todo, noticias que llegaban a los WhatsApp sin comprobar su autenticidad, algunas alentando a la rebelión de las masas; y otras tranquilizadoras, en pos del orden establecido. Incluso ahora, un famoso articulista de La Vanguardia se atreve a preguntar ¿qué hacer?, quizás recordando su juventud psuquera como corresponsal en Badalona. ¡Pues eso digo yo! ¿Qué hacer?
Desde luego, lo que no debemos hacer es confundir a la gente llevando pancartas como las vistas hace unos días alentando a “cambiar la Historia”, a sabiendas de que la Historia no se cambia, a veces se manipula o se esconde, pero no se cambia. Lo que sí podemos cambiar es el futuro, porque está en nuestras manos con nuestros actos en el presente, y ahí es donde tenemos la oportunidad de cambiar el destino.
No tengo la bolita mágica para predecir el futuro, tan sólo recordar escenas del pasado que no volverán a repetirse, pero sí que volveremos a encontrar ciertas similitudes.
Algo semejante a lo ocurrido estos últimos días ya pasó en 1934 cuando el entonces president Companys y su equipo de gobierno intentaron algo parecido con el beneplácito de los anarcos de entonces, todo sea por la ruptura con el Estado republicano español. Lo que pasó después casi todos lo conocemos; sin embargo, pasamos por alto que, a partir de entonces, el poder de la calle lo ostentaron las organizaciones obreras y los movimientos anarquistas como la CNT o su ramo político, la FAI; o sea, los CDR y la CUP de ahora. A partir de entonces, la Generalitat dejó de existir como tal. El poder no lo perdió cuando acabó la guerra, sino cuando la rebelión de las masas se hizo con él. Al tanto.
Alguno se ha preguntado quién va a pagar todo el destrozo causado. No le pregunten a los promotores y actores de los hechos, pues ellos mismos se consideran las “víctimas” del atropello legal producido, luego ¿quién va a pedir responsabilidades a los damnificados por la causa?
El profesor Manuel Cruz, actual presidente del Senado español en funciones, afirmó positivamente a mi pregunta: ¿estamos preparados en la actualidad para un federalismo confraternizador? Yo tengo mis dudas, si bien comparto su objetivo final; sin embargo, mientras sigamos aceptando que las diferentes sociedades que conviven en un mismo territorio, como por ejemplo en Cataluña, deben sentirse a gusto por el simple hecho de estar juntas, volveremos sin remedio a la conllevancia ancestral, y no habrá respuesta federal. Solo si buscamos el camino donde dichas sociedades puedan hacer y compartir algo juntas, entonces y solo entonces llegaremos al objetivo político y social deseado. De momento, lo que tenemos es la sensación de formar parte de un país con muchos derechos, pero pocos deberes.