La pasada semana, Trump sustituyó sus amenazas por acciones y empezó a desplegar su agenda proteccionista. Estableció un arancel (impuesto) a la importación de acero del 25% y otro a la de aluminio del 10%. Dos medidas muy criticadas internacionalmente, pero coherentes con uno de sus principales lemas electorales ("America first") y con los intereses de una parte de sus votantes: los trabajadores del sector industrial.

Entre las elecciones de 2012 y 2016, únicamente seis Estados pasaron de votar mayoritariamente demócrata a hacerlo por los republicanos. De ellos, cuatro (Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin) están situados en el Cinturón del Óxido. Históricamente, la región más industrial del país y el epicentro de las grandes fábricas de producción de acero, aluminio y automóviles. En las tres últimas décadas, una zona en constante declive debido a la pérdida de puestos de trabajo, la reducción del poder adquisitivo de los salarios y la emigración.

Por tanto, a través de la sustitución de importaciones por productos nacionales, las medidas establecidas pretenden reactivar la economía de la región, incrementar la producción industrial del país y cumplir la promesa electoral de creación de muchos y buenos empleos (bien pagados). En el sector industrial, al ser su productividad más elevada que en el de servicios, los salarios son superiores. Un aspecto que presagia la adopción de nuevos aranceles o restricciones a la importación de otros productos o de sus componentes.

A finales de la década de los 70 y principios de los 80, la nueva teoría del comercio internacional (Krugman, Brander, Spencer, etc.) demostró que los economistas clásicos (Smith, Ricardo, etc.) estaban equivocados. La mejor opción para un país no es realizar libre comercio, incluso si el resto del mundo no lo hace, sino efectuar un proteccionismo selectivo y aprovecharse de la inexistencia de barreras comerciales en otras naciones.

La mejor opción para un país no es realizar libre comercio, incluso si el resto del mundo no lo hace, sino efectuar un proteccionismo selectivo y aprovecharse de la inexistencia de barreras comerciales en otras naciones

No obstante, si los demás países represalian las medidas proteccionistas adoptadas y tiene lugar una guerra comercial, todos están en una peor situación que realizando libre comercio. Por tanto, una negociación que lleve a reducir las barreras establecidas y consiga un comercio más libre es la opción más pragmática para cada uno de ellos y la óptima para la economía mundial.

Entre 1948 y 1994, esa fue la labor que realizó con gran éxito el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), y desde 1995, con escasa fortuna, intenta efectuar la OMC (Organización Mundial de Comercio). En el presente siglo, la nueva organización ha sido incapaz de crear el suficiente consenso para generar un comercio más libre. La Ronda de Doha, iniciada en 2001 y cuya finalización estaba prevista para enero de 2005, tenía dicho objetivo. En la actualidad, las negociaciones están en una fase de parálisis total.

Sin embargo, en múltiples ocasiones, los gobiernos de muy diferentes países han optado por realizar un proteccionismo selectivo, aunque otras naciones represalien sus medidas. No lo hacen por desconocimiento, sino por interés propio, pues son perfectamente conocedores de que la nueva política comercial disminuirá el nivel de vida del conjunto del país.

No obstante, también saben que el grupo beneficiado (un escaso porcentaje de la población) notará un aumento considerable de su nivel y el perjudicado (la mayoría de los ciudadanos) una bajada escasa o imperceptible. Por tanto, los primeros estarán muy contentos con su actuación y los segundos no se encontrarán disgustados. El resultado será un mayor número de votos en las próximas elecciones o la consolidación de los ya obtenidos.

Dicha percepción es la que ha llevado a Trump a impulsar los aranceles sobre el acero y el aluminio y muy probablemente la que puede hacer que se mantengan, si otros países los represalian. También constituye un motivo para extenderlos a otros sectores industriales donde la competencia exterior ha perjudicado notablemente a las empresas nacionales. No obstante, podría cambiar de opinión si las represalias afectaran a un grupo más numeroso y con mayor capacidad de presión que la que poseen los sectores beneficiados.

Trump no es un intelectual ni tampoco un político al uso, sino un empresario que hace política. A diferencia de la mayoría de los primeros, entiende perfectamente lo que quieren sus votantes (clientes). Los del Cinturón del Óxido pretenden los trabajos que tenían sus padres. En particular, su seguridad, su nivel adquisitivo y sus pensiones. Y piensa cumplir la promesa que realizó. Un aspecto poco habitual, pero para nada criticable.

Trump sabe que los norteamericanos le eligieron porque confiaban en que su política económica les permitiría recuperar los niveles de vida previos a la Gran Recesión

El actual presidente es consciente de que EEUU se ha recuperado de la crisis, pero muchos norteamericanos no lo han hecho. Casi todos los que perdieron el empleo, lo han recuperado posteriormente. No obstante, sus salarios reales, sus condiciones de trabajo y su nivel de prestaciones (seguro sanitario y aportaciones de la empresa a su plan de pensiones) no lo han hecho. Y sabe que los norteamericanos le eligieron porque confiaban en que su política económica les permitiría recuperar los niveles de vida previos a la Gran Recesión.

También conoce que una parte sustancial del electorado de raza blanca (sus principales votantes) añoran el pasado del país. En particular, las décadas de los 50, 60 y 70 en las que el PIB de EEUU representó entre el 30% y el 45% del PIB mundial. Por eso prometió repetidamente en campaña electoral "Make America Great Again". Una grandeza identificada principalmente en la potencia de su sector industrial.

Debido a ello, mi impresión es que el proteccionismo ha vuelto. En EEUU y en el resto del mundo, pues la mayoría de países represaliará las restricciones al comercio establecidas por aquél. Una coyuntura que repercutirá muy negativamente sobre los beneficios de las grandes empresas, pero de manera desigual sobre los trabajadores.

En principio, negativamente sobre los del sector servicios (los productos manufacturados serán más caros) y de distinta manera sobre los del industrial. Así, beneficiará a los que producen manufacturas sometidas a un elevada competencia extranjera y perjudicará a los que efectúan un gran volumen de exportaciones. En algunos países occidentales, podría conducir a mayor empleo y nivel salarial en el sector industrial. No obstante, la economía mundial en su conjunto quedará perjudicada, aunque unas naciones más que otras.

Si se cumple lo indicado, la globalización comercial no habrá desparecido, pero, al menos durante un tiempo, habrá retrocedido.