Desde que el mundo es mundo, hay mucha gente que critica por sistema a los ricos. Es tan extenso y popular ese ramplón sentimiento, que incluso algunos lo acabaron transformando en ideología política: el comunismo. Culpable de más de 100 millones de muertos desde su nacimiento (los que se acaban de escandalizar pueden repasar la historia) el comunismo basa el eje troncal de sus principios ideológicos en la envidia, en obviar la meritocracia, en el igualitarismo contra natura y en el “quítaselo a ese que me lo quedo yo”.

Todo aquel que dice ser de izquierdas defiende (siempre y cuando no les toque a ellos) que hay que confiscar bienes, dinero o derechos a unos para dárselos a otros. Nunca se paran a pensar si los primeros se lo han ganado a pulso, si trabajan más, si se han formado mejor o son simplemente personas más brillantes que las segundas. No criminalizo la solidaridad, critico la falta de equilibrio, justicia y mesura al aplicarla.

Personalmente comparto que hay que ayudar a quien lo necesita o no puede valerse por sí mismo, pero soy radicalmente contrario a premiar la holgazanería o la escasez de responsabilidad personal. El Estado no debe promocionar que haya gente que no trabaje, que no se esfuerce y mucho menos que estos tengan acceso a derechos sociales que no tienen muchos de los que sí madrugan. Todos conocemos a alguien que sin haberle dado un palo al agua en su vida vive como pachá y eso es precisamente lo que no podemos permitir ni izquierdas ni derechas. Las normas no deben perjudicar el talento, el trabajo y la responsabilidad.

Respeto intelectualmente a personas de izquierda que entienden estos límites. Lamentablemente, no opino lo mismo de los líderes políticos de la izquierda española que sólo están en el buenismo electoralista y en el “hay que repartir migajas a los borregos para que nos sigan votando”. Esos políticos saben que en nuestro país está mal visto triunfar y ganar dinero, y por eso se pasan el día persiguiendo a todo bicho viviente que tenga un patrimonio notable. La izquierda española, siempre sembrando el igualitarismo a la baja, sigue abonando el campo de ese gran problema nacional que es la envidia. ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!, como recordaba nuestro universal hidalgo manchego.

El colmo de ese despreciable e injusto encarnizamiento de clase lo ha protagonizado hace pocos días Pablo Iglesias, líder de los comunistas españoles. El hipócrita gran macho alfa morado, que ya mora en casoplón con garita de la Guardia Civil en la puerta, se ha pasado días criticando a Amancio Ortega por donar a la sanidad pública 320 millones que han permitido que 70 hospitales dispongan de tecnología puntera para el tratamiento del cáncer con radioterapia. Al desnortado Iglesias el odio le puede. Le ha dado igual que el presidente de la Sociedad Española de Oncología Radioterápica, Carlos Ferrer, haya declarado que con este dinero se han comprado 27 máquinas de reposición y 70 nuevas que beneficiarán a 100.000 personas. "La aportación nos ha sacado de una situación en la que estábamos al borde de la catástrofe y nos ha puesto en primera línea social", afirmó.

Los comunistas demuestran que no son de este mundo cuando afirman que sólo Papá Estado puede ayudar a los más desfavorecidos, cuando escupen sobre la generosidad que ellos nunca han mostrado con dinero propio y cuando señalan a un señor cuya empresa pagó sólo el año pasado, además de las donaciones, más de 1.000 millones en impuestos en España. ¡Ojalá tuviéramos en España a 200 Amancios!