Aaron Schlossberg es el estadounidense blanco y orgulloso que vive y trabaja en el centro de Manhattan. Abogado y republicano, donante de Trump, mostró su más enérgica protesta en un local de comida rápida porque le estaban rompiendo los tímpanos tres camareros que hablaban en español (el aquí llamado castellano) en abierta rebeldía de las costumbres lingüísticas ancestrales. Un airado Schlossberg se dirigió al encargado y le dijo que estaban en los Estados Unidos y que en los Estados Unidos la lengua propia es el inglés, no el español manito. 

Y dijo más Schlossberg: "Si tienen las pelotas para venir aquí y vivir de mi dinero, porque yo pago por su bienestar, porque ellos estén aquí, lo menos que pueden hacer es hablar inglés. Todo esto está ampliamente documentado en Univisión, la mayor televisión estadounidense en español, que también alude a los problemas que está sufriendo Schlossberg a raíz de la viralización del incidente. Al payo le van a rescindir el contrato de alquiler de su despacho profesional y le han llegado a montar una fiesta mexicana con profusión de mariachis y venta ambulante de tacos y choripanes delante de su domicilio.

A Schlossberg le pasó algo parecido a lo de Quimi Portet con un camareta del ferry Formentera-Ibiza, que no entendía el muy cenutrio "café amb llet". Días después, Salvador Alsius también era víctima de una horripilante atropello lingüístico en los urinarios de la estación del tren de Sitges. Destacan en esta materia las aportaciones del décimo presidente de la Generalitat, Quim Torra ¿Qué habría hecho él en caso de asistir a la escena de Schlossberg? ¿De qué lado se pondría? 

Sin entrar en especulaciones, se sabe de cierto que Torra es un magnate del ladrillo, flamante titular de cinco viviendas y una finca rústica. Esto enlaza con la fenomenal polémica en torno al chalé en Galapagar de Pablo Iglesias e Irene Montero, quienes en un gesto revolucionarios someterán todos sus cargos a referéndum entre los militantes “inscritos”. A ver quién chista ahí. 

Aunque parezca mentira, la culpa de todo esto es del franquismo, que impuso el sueño español del piso en propiedad. "No queremos una España de proletarios, sino de propietarios", dijo José Luis Arrese, falangista, arquitecto y ministro de Vivienda a finales de los cincuenta y aquí estamos, sesenta años después, haciendo números. Claro que una cuota mensual de 1.600 euros en un préstamo de 540.000 euros a treinta años es significativamente baja. Y eso sin hablar de gastos, impuestos y comisiones, más el mantenimiento de la finca, el estanque, la piscina, el huerto decorativo, la verja, el césped, los parterres, el arbolado y los perros.

Todo eso requiere servicio fijo las 24 horas, guardés, ama de llaves y jardinero como poco. Súmese además el impacto ambiental de un chalé de esas características, los treinta kilómetros de ida y los treinta de vuelta al trabajo, el consumo de millones y millones de litros de agua para mantener piscina, estanque, huerto y jardín, la potencia eléctrica requerida y las facturas aparejadas a todo ello.

Pablo Iglesias quería asaltar los palacios de invierno, las moncloas y los pazos de Meirás y se tendrá que conformar con un chalé en Galapagar que será la tumba del comunismo y una nueva victoria de Franco y sus políticas de fomento de la propiedad, cosa que no hace al caso catalán, donde la acumulación de segundas, terceras y cuartas residencias es el rasgo distintivo de los revolucionarios, de la ultraderecha anticharnega a los antisistema anticapitalistas.

El menú del día también es culpa de Franco (El Español) que impuso en los restaurantes españoles el vigente uso del plato primero, segundo o principal con guarnición, pan, postre y bebida. Los platos debían ser de naturaleza típica, aptos para los turistas y a precios tasados, combinación a la que la gastronomía española debe las paellas de los jueves con los restos del lunes, el martes y el miércoles.

De las noticias de sociedad destaca el secreto de belleza de Sandra Bullock, que según La Razón utiliza el "sérum" que se extrae de prepucios de bebés coreanos. También resulta relevante al respecto de la higiene un nota en El Mundo sobre el "sitzpinkler", vocablo alemán para designar el acto de mear sentado, práctica creciente entre los varones germanos.