Empiezo con las cartas hacia arriba y, en principio, sin ironía. Digo en principio porque la cabeza se me desata como un caballo negro sin bridas, que luego al llegar al punto final intento domesticar sin autocensura. Escribo lo que siento sin filtros.

Dicho esto en el frontispicio de mi artículo: no existe en el planeta Tierra un catalán-español (o un español-catalán, tanto monta) que rechace más la idea que Cataluña se separe de España. Igual, sí, pero más, no.

No digo aquello de cuando juré bandera de dar hasta la última gota de mi sangre porque no tengo el espíritu militar de callar y obedecer. No creo que la milicia sea una religión de hombres honrados, como se dice en una placa de bronce en la entrada de todas las compañías porque el autor del poema, Calderón de la Barca, no lo era.

Mi amor por la milicia se limita a mi colección de soldados de plomo. Ya ven: se me ha disparado, involuntariamente, una bala de ironía. Temo que no será la última porque mi mente es indisciplinada, por eso no sirvo para la milicia, por eso no se me ocurrió en mis años mozos.

Dicho lo dicho: no hay un catalán que quiera menos que el sueño del Hijo de Amer se cumpla, no hablo del Hijo de Blanes porque es una marioneta del Hijo del pastelero, al que se le ha agriado la nata. Menos, igual, pero más, no. Me gusta jugar con las palabras, pero ahora no juego.

No estoy como están los de Ciudadanos y populares escandalizados por las palabras de los dirigentes socialistas de abogar por un futuro indulto cuando el TS condene a los políticos indepes presos; como no me escandalicé con la patochada de José María Aznar cuando negociaba con ETA y tuvo los santos bemoles de calificar a unos asesinos separatistas como Movimiento de Liberación Vasco (en Cataluña los separatistas son pacíficos aunque haya algún boixo noi descerebrado, los hay en las dos aceras).

Entonces, los socialistas no saltaron a degüello porque entendían que lo principal era acabar con la hemorragia de sangre. La frase era un insulto para los españoles, pero todos sabíamos que la primera contraprestación de la política es el verbo. Sánchez lo llama empatía, pero estamos en lo mismo: el mundo de los gestos, la palabra.

Pedro Sánchez dice lo que dice con su seductora sonrisa, como el soso Aznar sin sonrisa, porque intenta cuadrar un circulo con un interlocutor marioneta del fugado en Waterloo. El imposible es lo que intenta Sánchez, pero aunque a veces lo recuerde no es como el encantador de serpientes de la ceja de ZP, que nos metió en esta pesadilla del lío.

Tengo el aval de mi paisano Borrell, que ha dicho que este embrollo durará veinte años, lo que a Josep presumiblemente le queda de vida. A mí, no tanto, o sea que lo que me queda estaré en cadena perpetua dando el coñazo sacando carbón en esta mina llamada procés. No es la montaña del Potosí. No me haré rico.