La venta de la histórica empresa Pastas Gallo a un fondo madrileño es una buena noticia para sus afortunados accionistas, que quedan forrados para varias generaciones, pero mala para Cataluña porque esta comunidad pierde otra firma familiar de grueso calibre.
La pasada semana se anunció la adjudicación de Gallo a la entidad Proa Capital, dirigida por Fernando Ortiz Vaamonde. La suma pactada asciende a 230 millones de euros. Ortiz está casado con una hija de Esther Koplowitz.
Los vendedores son cinco de los hijos del fundador José Espona Bañarés, cada uno de ellos titular del 20% del capital. Se trata de Pedro Antonio, Fernando, Carlos, Silvia y Pilar Espona Massana. Ingresarán per cápita la fruslería de 46 millones de euros limpios de polvo y paja.
Pastas Gallo surge en 1946 por iniciativa de José Espona, oriundo de la humilde localidad de Prats de Lluçanès. Con solo 20 años de edad, monta una planta de molturación de harina en Rubí. Invierte en ella las 15.000 pesetas que había amasado con un peculiar trapicheo: el trasiego de cupones de racionamiento de gasolina.
Corriendo el tiempo, redondea su emporio mediante la adquisición de una importante compañía, titulada Gallo, a la que desde muchos años atrás viene abasteciendo de primera materia.
En el decenio de los 80, Pastas Gallo es líder de su especialidad con un apabullante cupo de mercado del 55%. Esa posición hegemónica dura hasta 2018, cuando cede el testigo a Hacendado, emblema del gigante de la distribución Mercadona.
En efecto, Hacendado se alza a la cúspide del ramo con un 24% del giro total en tonelaje. Sobrepasa así, por vez primera y por una pequeña diferencia, a Gallo, que queda en segundo puesto del rango con un 23,5%.
Sin embargo, si medimos la participación de mercado en valor pecuniario, Gallo continúa a la cabeza de la clasificación gracias al mayor precio de sus productos, con una cuota muy superior a la de Mercadona.
En 1996 fallece José Espona. Casi de inmediato, los fondos de inversión se lanzan por la presa. La viuda y matriarca de la familia Pilar Massana Falgueras se niega a vender mientras viva. Su fallecimiento en 2011 deja expedito el camino para que sus herederos de desprendan del negocio y lo endosen a terceros. Hoy, tras la enajenación a favor de Proa, la familia Espona ya se ha esfumado de los destinos de Pastas Gallo.
El clan de marras ha hecho pública una curiosa nota acerca de la operación. Subraya que se realiza “con el objetivo de impulsar el crecimiento de Gallo”. La explicación no puede ser más peregrina. A ver quién nos ata esa mosca por el rabo.
Es difícil de entender que la saga que ha regido la firma durante los últimos veinte años, la abandone con la supuesta finalidad de propulsar su expansión. Más bien semeja un burdo pretexto para encubrir el soberbio pelotazo que los Espona acaban de propinar.
Por lo demás, se da por seguro que Proa no permanecerá en Pastas Gallo muchos años. Los fondos inversores, por su propia naturaleza, suelen fijar para sus incursiones una estricta fecha de vencimiento y retorno.
En consecuencia, es previsible que dentro de un plazo prudencial Proa suelte el oportuno petardazo y asigne Gallo al mejor postor. Previamente, habrá procurado engordar la entidad mediante la absorción de otras marcas del sector. De esta forma, realzará los encantos de la pieza en almoneda, a la vista de los posibles candidatos y pretendientes.
La pasta es una actividad madura. Alcanza incrementos muy parcos. La pasta seca, que supone el 80% del conjunto, apenas experimenta alza alguna. En cambio, la pasta fresca, poseedora del 20% restante, sí consigue buenas progresiones. En este entorno, la facturación de Gallo se mantiene inalterada en torno de los 200 millones anuales.
El traspaso a Proa, tal como digo al comienzo, es una noticia fastuosa en términos crematísticos para los cinco opulentos propietarios antedichos. Pero a la vez es lesiva para los intereses catalanes, por cuanto acarrea el trasvase a órbitas lejanas de otra firma puntera de capital familiar. Su marca, en particular, constituye un sólido baluarte mercantil y un punto de referencia para propios y extraños.
Los descendientes del artífice de Gallo se suman a otros relevantes emprendedores del nordeste español que de un par de años a esta parte propinaron sonoros pelotazos, hicieron caja y, una vez convertidos en millonarios-rentistas, se fugaron en masa a latitudes menos inclementes.
Pastas Gallo es una de las 6.000 corporaciones que decidieron trasladar su sede social debido al procés separatista. La instaló en su fábrica cordobesa. No obstante, el centro de mando había pervivido en Cataluña, pues aquí residen los accionistas y los altos directivos.
La entrega a Proa Capital determina que a partir de ahora Gallo pase a gestionarse en última instancia desde Madrid.