El año que acaba de concluir se ha despedido con un preocupante desplome de las bolsas de valores. La flexión del indicador español Ibex 35 se cifra en un 15%.

La lista de los títulos más castigados abarca los supermercados Dia, la constructora OHL del exvicepresidente del Gobierno Juan Miguel Villar Mir y la ingeniería Duro Felguera. Este terceto registra menguas devastadoras de un 88%, un 85% y un 73%. Sus respectivos accionistas están que echan las muelas. No es para menos, pues los ahorros colocados en tales valores se han convertido, en buena parte, en humo.

El siempre opulento sector bancario no escapa del duro correctivo general. Los "cinco grandes" (a saber, Sabadell, Bankia, BBVA, Santander y Caixabank) caen un 36%, 33%, 32%, 24% y 15%, respectivamente. Un auténtico varapalo que, además, significa más lluvia sobre un terreno que ya estaba anegado.

Si se echa la vista atrás, los dos colosos norteños Santander y BBVA cotizan hoy muy por debajo de los cambios que lucían quince años atrás. Quienes invirtieron en el arranque del milenio, hoy, más de tres lustros después, pierden hasta la camisa.

Los dos grupos que usufructúan el oligopolio de las televisiones nacionales y la publicidad en España, Atresmedia y Mediaset, también han mordido el polvo en el último año. Bajan un 45% y un 37%. Para ambos, cualquier tiempo pasado fue mejor. Además, sobre los dos conglomerados pende un posible multazo de las autoridades de Competencia por abuso de posición dominante.

En resumen, el índice hispano ha sufrido en 2018 el peor resultado de los últimos ocho ejercicios. Solo unos pocos valores brillan con luz propia en medio de este descalabro desolador. Entre ellos son de destacar Endesa, Naturgy (ex Gas Natural) y Acciona, que suben un 21%, un 20% y un 13%.

Si dirigimos nuestra mirada al extranjero, el máximo protagonista es Wall Street, de Nueva York. Venía arrastrando una euforia desbordante e incesante que ha prevalecido durante nueve años consecutivos. La fiesta prosiguió con altibajos y fuerte volatilidad durante los nueve primeros meses de 2018. Y el 3 de octubre escaló las cumbres más altas de la historia.

A partir de esa fecha, sobrevino un rápido deshielo. Las cotizaciones se dieron la vuelta y encajaron un descenso tras otro. Al cierre de diciembre acumulaban un desmoronamiento del orden del 20% desde las cotas máximas. Este ha sido el peor diciembre en casi 90 años, prácticamente desde el siniestro crack de 1929.

Retrocesos de tanto bulto no se verificaban desde 2008, cuando la quiebra del banco de negocios Lehman Brothers provocó un cataclismo que hizo temblar el globo terráqueo.

El panorama internacional presenta tintes sombríos. Los bancos centrales dan por finiquitada la compra masiva de deuda pública y vuelven a elevar los tipos. La insólita era de los intereses negativos parece haber llegado a su fin. Dinero más caro acarrea de forma incoercible el debilitamiento de las inversiones y de la actividad económica.

Añádase a ello el variado surtido de factores adversos concurrentes, como el frenazo de la expansión china, el deterioro de sus bolsas, las guerras comerciales desatadas por Donald Trump, la amenaza cierta de menor crecimiento mundial, un posible Brexit desordenado y, a escala local, el demencial embrollo político celtibérico, con Cataluña en pleno paroxismo.

Ya es sabido que el dinero es pusilánime por naturaleza. Cuando atisba problemas, lo primero que hace es situarse a resguardo y encerrarse en su caparazón. Asimismo se dice que la evolución de los mercados bursátiles suele anticiparse al inmediato devenir de las economías. Si damos por cierta la máxima, es de temer que se avecinan tiempos convulsos.

Lo peor del caso es que apenas acabamos de salir de una pertinaz crisis de siete años, una de las más duras que se recuerdan. Cuando el país empezaba a asomar la nariz fuera del agua, he aquí que ya vuelven a sonar músicas fúnebres. Cuán poco dura la alegría en la casa del pobre…