Decir que el 1 de octubre nunca existió parece una boutade. Pero realmente nunca existió, al menos como lo narran los independentistas, que han hecho de esa fecha una divisa. Oriol Junqueras y otros procesados insisten ante el juez en que aquel día se celebró un acto cívico y democrático: se votó. Hay pancartas en las que puede leerse: “Votamos, ganamos. Somos república”. Se ve que no han oído al agente que lo explica con claridad: “La república no existe, idiota”.

Pero es que no son demócratas. Si lo fueran, no se escudarían en una fecha en la que había urnas, sí, pero no garantías democráticas. Basta con recordar que hubo quien votó varias veces porque el censo era de la señorita Pepis y que en alguna iglesia se sacaban papeletas de una bolsa de basura para contarlas mientras el párroco seguía con su gori gori.

Para seguir defendiendo esa fecha como un referente, los independentistas tienen que ignorar los informes de los observadores extranjeros invitados por el propio gobierno catalán. ¿Y qué?

Dijeron que habían votado 2.286.217 personas (43% del censo): 2.044.038 “sí” (90,2%), y 177.547 “no” (7,8%). 44.913 papeletas estaban en blanco y 19.719 votos fueron votos nulos. Podían haber dicho 10 millones de cada y hubiera dado lo mismo porque no había ni hay forma de comprobarlo. A veces reconocen los defectos del referéndum, pero se escudan en la resistencia, al parecer no prevista, del Estado. Es decir, a su falta de respeto a las leyes añaden su falta de respeto a las formas democráticas. Como si éstas no tuvieran importancia porque a ellos, que tienen la historia de su parte, todo les está permitido.

Los líderes independentistas sostenían que al día siguiente del llamado referéndum el mundo reconocería a Cataluña como Estado. Les había convencido de ello Raül Romeva, cuyo máximo logro cuando era eurodiputado por ICV fue pedir a la UE que interviniera porque en un partido de fútbol otro jugador había pisado a Messi. Eso sí que mejora la vida de la gente.

Una vez visto que las naciones más cercanas no se daban por aludidas por los cantos de Romeva, los independentistas empezaron a mirar a Rusia e Israel. El próximo paso será hacerse posadistas.

El posadismo fue la ideología dominante de un partido trotskista, muy activo en los primeros años setenta. Su principal inspirador fue un argentino, Homero Cristali Frasnelli, que había sido jugador de fútbol casi en paralelo a su conversión a las ideas revolucionarias. Adoptó el nombre de Juan Posadas y pasó a ser conocido internacionalmente como el camarada Posadas, de ahí que a sus seguidores se les denominara posadistas. Participó con Castro en el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista antes de criticar lo que él consideraba la deriva contrarrevolucionaria de Fidel. Pero lo que más cautivó de su mensaje fue su convicción de que la historia era una línea de progreso, como había visto Marx: del esclavismo al feudalismo y luego la etapa burguesa a la que seguiría el socialismo. No importaba que el capitalismo se obstinara en evitarlo, el futuro sería socialista. Así las cosas, la principal labor revolucionaria consistía en conectar con los extraterrestres, de cuya existencia no cabía dudar. Había indicios de que habían llegado a la Tierra porque tenían una organización social y política más avanzada, por lo tanto, socialista y justa. Ellos ayudarían a hacer la revolución.

Dado el declive del socialismo y que algunos ex trotskistas ya se apuntaron a la antigua CDC, seguro que esos seres de otros planetas están dispuestos a pasarse al nacionalismo y a reconocer a Puigdemont (a medio camino entre extraterritorial y extraterrestre)  como el “presidente legítimo” de una Cataluña independiente cuyos ríos llevan miel y leche que ahora se beben los extremeños. Una Cataluña que celebrará el 1 de octubre como fiesta nacional. Igual que en tiempos de Franco se celebraba el día del caudillo.