Casi todo es posible  --por no decir todo-- en la formación de estados de opinión pública, pero cuesta suponer que las recientes noticias de Cataluña no vayan a relegar --poco o mucho-- al independentismo como prioridad vital para la ciudadanía. La guerra abierta entre JxCat y ERC, las infamias del presidente de la Cambra, la confirmación del 3% que alimentó a Convergència o la gestión nefasta de las residencias de la tercera edad pudieran tener un impacto, por ahora no cuantificado, en aquellos sectores que o bien constatan con perplejidad que el independentismo ha sido un sueño de la razón o bien se preocupan mucho más por el efecto del Coronavirus sobre el PIB, la industria turística o por su puesto de trabajo.

Pasen y vean como el Ejército desinfecta las residencias de ancianos en el tradicionalmente insurgente barrio de Gràcia. Si algunos alcaldes de JxCat ya se han quejado de la desidia de su partido en la supervisión de las residencias geriátricas, ¿qué futuro tendrán las huestes de Puigdemont cuando se intente hacer listas para las elecciones al parlamento autonómico? Ni tan siquiera se hacen cábalas sobre comicios autonómicos. En realidad, ¿quién querrá ser candidato de algo en una fase de confusión tan impune que desmiente cualquier rudimento de sociedad civil y ya ha puesto en riesgo la seguridad jurídica? El independentismo radical ha triturado los vestigios de razón política, sin que queden a mano alternativas coherentes, capaces de integrar, dispuestas a participar por escabrosas que sean las posibilidades de pactos hacederos y las adhesiones de cuantía significativa. 

Ahora mismo, inquietarse por el futuro político de Cataluña es de orden menor si pensamos en los efectos de la cuarentena y en el ahondamiento de la crisis. Con un panorama institucional derrengado y sin credibilidad, rememorar el significado de una propuesta como la Notícia de Catalunya de Vicens Vives vendría a ser un acto de masoquismo. Y el independentismo responde diciendo que España mata y es el origen del paro. Ese es el mensaje que se está lanzando sin consideración objetiva por la prima de riesgo, las evaluaciones del FMI, las secuelas más inmediatas de la cuarentena, el colapso de la productividad, el descalabro de la economía de servicios o las fallas tectónicas de la globalización.

Pero, a estas alturas, parece como que aún todo vale y que, cuanto peor va todo, mejor para la imposible república catalana independiente. Pasa Fèlix Millet con su silla de ruedas camino de la cárcel, Puigdemont mendiga su propia existencia en Bruselas y Torra ha puesto en situación de trámite su merecida jubilación.