La Fiscalía se pone de perfil. Desestima la malversación de Forcadell y su Mesa; no habrá penas de cárcel y ni siquiera intervendrán los felpudos, los paganos de Artur Mas. Pero la cerrés (CRS) es otra cosa, como decían en París. La policía es otra cosa, como quedó claro ayer en el Tribunal Superior cuando Josep Lluís Trapero, mayor de los Mossos d’Esquadra, y Sebastián Trapote, jefe de la Policía Nacional en Cataluña, recibieron la orden de intervenir las urnas. Así habla Zaratrustra: Romero de Tejada les ha dejado claro que deben retirar las urnas e intervenir material destinado al 1-O.

Trapero es la efigie silente del procés. Trapote vive en el primer tiempo del saludo. El primero es enigmático y el segundo pragmático. Son el “sigan sigan” del trencilla Mateu Lahoz frente al no pasarán del Jarama; el anem per feina frente a la sabiduría del uniforme; el yo me limito al orden frente al yo castigo el desorden. Trapero es la literalidad de la ley, pero Trapote es la ley; el efecto diana y la puntería; la disuasión represiva frente a la represión disuasiva; la garantía de la consulta ilegal frente a la referencia del Constitucional; la desobediencia lateral frente a la literalidad obediente; la naturaleza frente a la destreza, y si tuviésemos que otorgar el título de simplicidad inteligente del Monje Guillermo, se lo daríamos a Trapote, porque a él le basta con aplicar el reglamento.

Trapero es la efigie silente del procés. Trapote vive en el primer tiempo del saludo. El primero es enigmático y el segundo pragmático

Al final del día de autos del 1-O, nos gustaría verles juntos tomando una copa en cualquier abrevadero cosmopolita de Barcelona y proponemos que sea en una terraza, sobre el cauce oculto de la ciudad. Pero también podría ser un fino en la sala de banderas de la Avenida Guipúzcua, mejor que en el aula magna de Via Laietana (triste memoria del carnicero Creix, desconocido por los radicales de hoy, en tiempos de habeas corpus).

Verles trabajar juntos nos empuja a pensar que no todo está perdido. Saber que son buenos nos tranquiliza; no queremos balas de goma ni tanquetas de agua a presión. Los políticos de JxSí no pueden decretar la anulación de la ley. No hay ningún argumento que valga la liquidación del Estado de derecho, nuestra última ratio. El legislativo catalán y el presidente Puigdemont dicen: hágase el referéndum en contra del TC. Si los Mossos obedecen, liquidan la división de poderes: “de la misma manera que ocurriría si el Congreso legislara la pena de muerte, contraria a la Constitución, y que una orden del Ejecutivo quisiera aplicarla”, argumenta Joaquim Bosch, magistrado sabio de Jueces para la Democracia.

Trapero sabe que debe retirar las urnas; Trapote las retirará. Son el potencial frente al futuro imperfecto de indicativo. Madero y letrado al mismo tiempo, Trapero es “el que sabe Saba”. Con el conseller Jané en Interior, los Mossos detuvieron a la alcaldesa de Berga (militante de la CUP) por desobediencia, mientras que, al actual consejero, Joaquim Forn, se muestra siempre en la primera fila de todos los actos de desobediencia. Faltado, de razón claro, Forn pasará a la historia por la frase “los Mossos garantizarán una votación en libertad”. Es un hombre atrabiliario y retorcido, que ayer mismo aplicó una subida de sueldo a los Mossos, que ¡¡estaba congelada desde 2008!! Se le ve venir desde muy lejos ¿Quién fue el sabio que pensó en un hombre tan frágil para un cargo tan difícil? En tiempos de mudanza, el camino de los vociferantes es la vía al desastre; hoy no valen los Forn ni los Fernández Díaz, políticos de segunda que, por exceso de fidelidad a sus causas, acaban metiendo la pata.

Trapero sabe que debe retirar las urnas; Trapote las retirará. Son el potencial frente al futuro imperfecto de indicativo

Trapero no utiliza palabras sino actos. No le queda otra que obedecer. Si es necesario, se desdoblará como aquel comisario Andrés de la serie Estoy vivo, donde un policía (el actor Javier Gutiérrez, el Goya de Águila roja) resucita en el cuerpo de otro agente para continuar la persecución de un delito importante. El nacionalismo liquida las dobles personalidades del ciudadano moderno; la cabeza dice “oigamos a Leviatán, seamos racionales”, pero el corazón es un carlista levantisco, aficionado a los fueros y marcado por la pólvora adictiva de la última ensulsiada. Por nuestras calles pasean muchos traperos de cabeza lógica y ropaje tribal.

Las comisarías de hoy tienen un toque a las peluquerías posmodernas de los ochenta; son templos de civilización y orden racional en medio del desbrozo. Hay un ora et labora colgado imaginariamente en sus paredes, una consigna que vela por todos en tiempos de necesidad, inseguridad y extravagancia. Las estaciones de policía dependen de un filamento invisible escrito en los códigos, que no se recitan, pero se aplican. Trapero y Trapote anteponen la disuasión al castigo. Esperan como muchos el fin de la Cruzada, la vuelta a la cortesía y a las bellas artes; el culto a la jardinería, la botánica y al hacer de boticarios y artesanos. Digan lo que digan los teólogos de la nación, la ciudad no quiere rememorar el Born de 1714, bajo el fuego de Espartero, sino el Gótico, bajo el influjo del arte. Las fiestas de guardar son para el disfrute, no para el sermón, como diría el zapatero de La Fontaine. Y para eso se ubicó el Museo Picasso entre los palacetes de la calle Montcada, equidistante del Champañet y de los aperitivos íntimos del Mundial.

Ellos dos nunca dirán la calle es mía. Estamos lejos del 76, de Fraga y de Arias Navarro. Lejísimos, si queremos creer que las revisitaciones son solo alucinaciones (¡queramos, por favor!). Para que lo nuestro no acabe como una pax romana, Trapero y Trapote deberían ser como zipi y zape. ¡Que lo sean!