Uriel Bertran ha hecho un viaje a la India para encontrase a sí mismo. También es mala pata ¿o es que le ha calentado la silla a Clara Ponsatí? Uriel dice estar cargado de razones para montar la lista cívica de la ANC que competiría con los partidos indepes o, mejor, que rompería al frente amplio y daría oxígeno al constitucionalismo. Cuando conocimos a Uriel, él se creía el enfant méchant de ERC, pero fue superado por Gabriel Rufián y sepultado por Joan Puigcercós en su etapa al frente de los republicanos. Uriel es uno de estos electrones libres que, de tanto en tanto, ha tenido el partido republicano. Ahora, la sociedad civil revolucionaria prepara otro inminente regreso: el de Marta Rovira, convencida hoy de que la declaración del 17 no tuvo “suficiente legitimidad interna”.   

Con Uriel, la política soberanista no ganaría precisamente en transversalidad, pero sí en el humor aventurero que exhiben los suicidas. Ya no es el joven que fue; ahora peina canas, pero le va la calle, es un asambleario químicamente puro; un montaraz de gorro frigio y cataplasma, el emoliente chusco.

En España, el izquierdismo no goza de buena salud; la socialdemocracia sí, y por eso convergen Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. Al Sumar de Yolanda se han añadido 15 plataformas de toda España, con Verdes Eco, Compromís, Más País de Errejón y su brazo fuerte, Más Madrid, de Mónica García; y también sus mejores aliados, los comuns de Colau, el ministro Joan Subirats y Jaume Asens, el portavoz de Unidas Podemos en el Congreso. Asens pide olvidar “el narcisismo de las siglas” para evitar que el sectarismo de Podemos acabe con la mayoría progresista. Pero la unidad de la izquierda parece imposible antes del domingo, en la cita de Yolanda en el polideportivo Antonio Magariños de Madrid, para anunciar la candidatura de Sumar.

De nuevo en Cataluña, una vez olvidada la vía unilateral, el soberanismo sabe ya que para sobrevivir debe mirar a Madrid, porque su punto de apoyo en la capital robustece su consenso en casa. Por mor de la hipérbole que nos domina, vivimos de lleno en el fin del aislacionismo. El Govern de Pere Aragonès diseña el próximo ciclo electoral en términos de gobernabilidad, dejando de lado su estrategia de autodeterminación y abrazando causas sociales que acomoden sus pactos con el PSOE. Así lo demuestran su acuerdo con el Gobierno en la reforma de las pensiones y el pacto para cubrir el 100% de la cotización en la reducción de la jornada laboral por el cuidado de los hijos. Seguridad Social y Trabajo legislan al galope.

Parece inevitable la emergencia de líderes catalanes sin estrenar o en la cuneta, como es el caso de Uriel y de otros consolidados, pero perdidos en el magma de Junts o del PDECat, como los Rull, Turull, Sánchez, Giró y Bel. Lo sepan o no, todos dependen de su capacidad para estar en la salsa que mueve el futuro de la coalición del Gobierno español antes de llegar a las generales de diciembre.

Los podemitas tratan de evitar el éxito de las cosas pequeñas que legisla la mayoría política para la mayoría social, con aciertos y errores. Taponan la puerta de salida; “son conscientes de su relativa relevancia electoral y de su escasa relevancia política”, escribe el filósofo Santiago Alba, un marxiano de última generación y vuelo rasante.

La lista única de la ANC es tan petulante como el Podemos que le pone palos en las ruedas de Yolanda. La debilidad del soberanismo catalán es la misma que la del izquierdismo español: son reinos de taifas.