El fenómeno merece más atención analítica que la que se le viene prestando. Para empezar, el vocablo masas nos llega teñido de sentido peyorativo desde el primigenio y demoledor estudio de Gustave Le Bon Psicología de las masas (1895), pasando por la profética Rebelión de las masas de Ortega y Gasset (1926) y el imprescindible, para entender el populismo, Masa y poder (1960) de Elías Canetti, hasta los últimos avances críticos de la psicología social, además de la farisaica "corrección política" que ha desterrado el vocablo del lenguaje corriente.

Llámeseles  masas, multitudes, muchedumbre, gentío... La reunión activa de cientos y de miles de personas en la calle se ha convertido en un protagonista de la situación política en Cataluña. En este momento crucial, el independentismo, desalojado del mando de las instituciones, lo fía todo a la presión de las masas en la calle. Antes de ser desalojado --gracias a la aplicación del artículo 155 de la Constitución--, utilizaba las masas como ariete para legitimar en la calle sus propósitos, ahora las necesita para sobrevivir.

El llamamiento a la movilización callejera ha sido una constante del independentismo. Han apelado a ese recurso el mismo expresidente de la Generalitat, la presidenta del Parlament, consejeros del Govern, alcaldes y otras autoridades en flagrante contradicción con su condición institucional, y, por supuesto, ha sido la principal función de la actividad agitadora de los líderes de la ANC, de Òmnium Cultural y de la CUP.

En este momento crucial, el independentismo, desalojado del mando de las instituciones, lo fía todo a la presión de las masas en la calle. Antes de ser desalojado, utilizaba las masas como ariete para legitimar en la calle sus propósitos, ahora las necesita para sobrevivir

Todos adjetivan la movilización de "pacífica", como si solo fuera violenta la actuación armada, cuando la presencia de masas agitadas ocupando las calles ya es por sí sola perturbadora de la vida ciudadana e intimidatoria, o directamente una agresión a la libertad de movimiento como fue el caso durante la pretendida huelga general del 8N.

Sacar las masas a la calle no es difícil, lo verdaderamente difícil es silenciarlas y meterlas de nuevo en casa. Los Jordis lo comprobaron ante la Consejería de Economía, y a Carles Puigdemont se le encresparon las masas en la plaza Sant Jaume al grito de "traidor". Los aprendices de brujo se han llevado la sorpresa de ver, y de sufrir, que las útiles masas se independicen del independentismo oficial y campen por sus respetos.

Una vez en la calle, convocadas las masas a tambor batiente, hoy a golpe de WhatsApp, cuando el número avala la sensación de poder, de impunidad, de posesión de la verdad, ya no se piensa, sólo se siente y se vibra al unísono con los otros manifestantes. Tomemos como ejemplo el eslogan "Llibertat presos polítics", profusamente coreado en estos días aciagos y en la multitudinaria manifestación del 11N. Además de exhibirlo teatralmente ante las cámaras --ante el mundo dicen--, ¿frente a quién se esgrime el cartel? ¿Frente al Gobierno? Sería negar la división de poderes, pilar básico de la democracia. ¿Frente a la juez que instruye las diligencias? Sería negar la independencia de la magistratura, pilar básico del poder judicial, luego de la democracia. En ambos casos, una exhibición palmaria del "derecho a no tener razón" del que hacen gala las masas, según Ortega y Gasset.

Los aprendices de brujo se han llevado la sorpresa de ver, y de sufrir, que las útiles masas se independicen del independentismo oficial y campen por sus respetos

En cuanto a lo de "presos políticos", menudo chollo para los azuzadores de masas. La opinión de todos los juristas del planeta, incluida Amnistía Internacional, negando que esos presos sean políticos no haría abandonar a los azuzados tan gregaria emoción de masas.

Exaltación, sugestibilidad, inconsciencia, credulidad, son características del individuo fundido en la masa. Manuel Cruz, en un lúcido artículo, Credulidad culpable (El País, 01/11/2017), identifica el fanatismo --la exaltación tan presente en las masas independentistas-- no tanto con el abandono de la razón, como con el uso perverso y torcido de la razón.

Con esos mimbres no se puede construir una democracia de calidad, es más, queda gravemente afectada la esencia misma de la democracia. Al parecer esa sería la suerte de democracia a la que nos quieren conducir los independentistas.