El cambio de gobierno en España permite una respuesta positiva (“nos hemos librado de Rajoy”) y una negativa (“nos ha caído encima Sánchez”). Yo suscribo ambas. Por un lado, me alegro de perder de vista al malasombra de Mariano y sus secuaces --sobre todo Rafael Hernando, ese hombre dotado de un gracejo y una simpatía que, literalmente, no se podían aguantar--, pero, por otro, no me entran ganas de lanzar cohetes ante la llegada de Pedro y los suyos --solo espero que le caiga algo a Borrell o a cualquiera que vaya un poco más allá de la fidelidad perruna al líder--. Francamente, hubiese preferido que Mariano dimitiera y convocara elecciones: se habría ahorrado la bofetada (no muy) metafórica de la moción de censura y nos habría ahorrado que Zapatero Bis se haga fuerte en la Moncloa y retrase todo lo que pueda la cuestión electoral, a ver si en un par de añitos consigue remontar un poco en las encuestas.

Yo diría que somos más los que queríamos librarnos de Rajoy que los que deseábamos ver al inane Sánchez de presidente del Gobierno, sobre todo porque éste no parece tener nada asumida su condición de interino y ya se comporta como si le hubiese votado alguien. En este caso, hay que darle la razón a Tardà: no se trataba de querer a Sánchez, sino de detestar a Rajoy. Pero Sánchez, antes incluso de tomar posesión del cargo y de formar gobierno, ya parece sentirse amado por el pueblo español. Hay que reconocer que el hombre es pertinaz en sus asuntos, pues logró volver al frente del PSOE tras ser defenestrado y ahora ha conseguido llegar a presidente gracias a la grima generalizada que suscitaba don Mariano Rajoy Brey. Para ello, eso sí, ha tenido que pedir apoyo a la turba separatista y al Hombre del Chalé --¡que ya empieza a hablar de Pedro y él en plural, como si diera por hecho un gobierno bicéfalo!--, pero supongo que eso son cosas de la política: un día acusas de supremacismo al mandamás de la Generalitat, y a la mañana siguiente le pides que te ayude a presidir el país de al lado, mientras olvidas que él te tildó de verdugo del 155; como carece de ética alguna, al PNV te lo ganas rápidamente asegurándole que no le vas a soplar los 500 millones de euros para sus cosas que le prometió Rajoy; y al Hombre del Chalé le dices que nunca más pactarás con Ciudadanos y que siempre vas a ser más de izquierdas que ayer, pero menos que mañana, y el otro, por la cuenta que le trae, hace como que se lo traga. Y ya está, ¡bingo!, ya has llegado a donde querías.

¿Para hacer qué? Eso es lo de menos. Lo importante es pillar cacho, engancharse al sillón con quince litros de Super Glue y retrasar las elecciones todo lo que puedas, no sea que te vuelvas a encontrar en la calle en cuestión de meses. A Sánchez solo le falta cantar aquel mítico Quítate tú pa' ponerme yo con el que acababan los conciertos de la Fania All-Stars. Sobre su proyecto para España, aparte de cuatro vaguedades bienintencionadas y/o contradictorias, nada sabemos (bueno, sí, que tiene el partido hecho unos zorros), pero también es verdad que ese pequeño problema lo comparte con los líderes de las demás formaciones políticas, exceptuando a los separatistas, quienes, como indica su nombre, España se la sopla. Wait and see, que dicen los gringos.