No seré yo quien alabe sin matices la etapa de gobierno de Felipe González ni, menos aún, sus posteriores actividades lucrativas, a menudo discutibles, pero estoy plenamente a favor de sus más recientes declaraciones sobre el sistema político que debe regir España. Como el antiguo Isidoro, también yo prefiero una monarquía como la que tenemos a una república surgida de mentes tan privilegiadas como las de Pablo Iglesias o Ada Colau. De las republiquetas imposibles, como la catalana, ya ni hablo, pero entre una posible república presidida por alguien de Podemos o de los comunes (y corrientes) y la monarquía de Felipe VI, elijo sin dudar la segunda. Más que nada, por precaución.

Como inquiere el dicho anglosajón, ¿para qué reparar algo que no está roto? O no del todo. Puede que el rey emérito estuviese a punto de llevarse el modus vivendi de su familia por delante con sus cacerías, sus amantes y sus trapisondas financieras, pero no acabó de lograrlo. Y su sustituto, a base de mantener un perfil bajo y de prescindir de los últimos tics de las monarquías absolutas que tanto complacían a su progenitor, es una figura no fundamental, pero sí de agradecer, a la hora de poner un poco de orden en este bendito país tan dado a los separatismos tontos y a las ideas políticas de bombero. No hay más que ver quién lo odia para darse cuenta de que de algo nos sirve a los que no estamos para hacer felices a los separatistas ni a las formaciones de extrema izquierda o de extrema derecha (entre estas, hay partidarios de la dictadura del proletariado y de la dictadura a secas, y ambos colectivos dan mucha grima).

Por supuesto, el soberanismo y el republicanismo (incluido el de boquilla, que tan bien representa Podemos ahora que ha pillado cacho gubernamental) se han arrojado a la yugular de González, quien, por otra parte, no deja de ser un jubilado con derecho a opinar. Curiosamente, desde esos sectores todo han sido alabanzas para las penosas maniobras de mediación que Rodríguez Zapatero, otro jubilado menos interesante que Isidoro, lleva a cabo últimamente con respecto a Venezuela y para sus no solicitadas opiniones sobre lo que hay que hacer para solucionar el sempiterno y ya cansino problema catalán. Puestos a elegir entre jubilators, me quedo con González, aunque no siga su propia teoría de los jarrones chinos sobre la actividad de los expresidentes, pues creo que hizo más por la nueva España --aunque se quedó a medias en asuntos fundamentales por una prudencia rayana en el temor-- el señor González que el señor Zapatero, cuyo buenismo tontorrón e ineptitud general es lo que más se recuerda de su mandato y lo que sigue distinguiendo sus actuales actividades: Pedro Sánchez, más astuto y marrullero que él, se lo montará mucho mejor cuando lo desalojen del poder.

Como supuesto mediador en Venezuela, Zapatero solo ha conseguido que la oposición a Maduro lo consideré un amiguete del tiranuelo. Y en cuanto a sus propuestas para Cataluña --modelo daos un besito y haced las paces, que aquí no ha pasado nada--, lo mejor que se puede decir de ellas es que no sirven absolutamente para nada útil. Aunque los expresidentes suelen estar más guapos calladitos, prefiero los desahogos de González a los de Rodríguez Zapatero. Veo cierta autoridad moral, aunque él mismo se haya encargado de socavarla con su actitud a lo Tony Blair, en que González prefiera chinchar cuando lo juzga conveniente a ejercer de Mr. Nice Guy como hace Zapatero. Definir el sistema actual como monarquía republicana puede parecer frívolo, pero con el personal de derribo que corre por la política española, creo que somos bastantes los que preferimos esa monarquía republicana a la república republicana con la que sueñan todos esos que se pasan la vida denigrando lo que ellos llaman despectivamente el régimen del 78, cuando sus colegas de entonces les dieron cien vueltas en condiciones mucho más peliagudas.