Los últimos movimientos de Ciudadanos parecen apuntar hacia un alejamiento de la derecha en general y del PP en particular, así como un tímido acercamiento a ese PSOE que le ofreció en su momento la vicepresidencia de la nación a Albert Rivera, el hombre que no quiso admitir que su partido había nacido a nivel nacional para hacer de bisagra y que se creyó capaz de sustituir al PP al frente de la derecha española (con los catastróficos resultados que de ello se derivaron). De todos modos, el comienzo de ese supuesto giro al centro izquierda no ha podido salir peor: gracias a tres tránsfugas de Ciudadanos, el PP conservará la presidencia de Murcia, recolocará a los traidores y aquí paz y después gloria. El supuesto quiebro social demócrata se frustra por el momento, aunque las relaciones entre los de Arrimadas y los de Casado --¿o mejor hablar de los de Ayuso?-- cada día son peores.

Desde que Rivera decidió pegarse un tiro en el pie con sus (comprensibles) prejuicios contra Pedro Sánchez, un arribista de manual, el partido no para de dar tumbos. Todo lo que se podía hacer mal, se hizo mal. Se abandonó Cataluña porque en Madrid era donde pasaban las cosas, dejándolo todo empantanado y a medio hacer. Se maltrató a Manuel Valls, que podría haber sido un activo fundamental de Ciudadanos, dada su experiencia como primer ministro francés y un carisma con el que Inés Arrimadas solo puede soñar, pues nunca ha dejado de ser una política robótica ideal para repetir consignas y ni siquiera tiene ese pico de oro que distinguía a Rivera y que, si te pillaba de buen humor, hasta era capaz de convencerte de lo que decía.

Los que simpatizamos con Ciutadans en sus primeros tiempos barceloneses, llevamos años que trinamos con la evolución del partido. Personalmente, me sentí muy identificado con un reciente artículo de Toni Roldán (uno de los principales damnificados de las purgas entre socialdemócratas) en El País, donde clamaba, por enésima vez, por una vuelta a los orígenes del partido. Es decir, un regreso al centro izquierda, un alejamiento de la derecha y la asunción de la función de bisagra en la política española (¿o es que la función de Ciudadanos no era desactivar a los nacionalistas y a los pabloides, que ahora, tras la espantada de Rivera, le sacan lo que pueden a Sánchez porque éste solo piensa en conservar el sillón?)

Lo de Murcia ha salido mal y queda por ver si se va a seguir en esa línea, pero yo diría que no les queda otra. Riéndole las gracias a la derechona, Ciudadanos solo conseguirá acabar absorbido por el PP, como los tres tránsfugas murcianos. No sé si la metedura de pata de Rivera --pasarse a la derecha cuando había más espacio para crecer en el centro izquierda-- es subsanable a estas alturas, ni si Inés Arrimadas es la persona más adecuada para pilotar ese regreso a las raíces (tengo la impresión de que no), pero si Ciudadanos sigue ejerciendo de comparsa del PP acabará, más temprano que tarde, en la irrelevancia a la que ya ha llegado en Cataluña, donde perdió en las últimas elecciones 30 de sus 36 diputados (ganar unas autonómicas y salir pitando hacia Madrid tal vez no fue una idea muy feliz, Inés).

Los que simpatizamos con los orígenes del partido desearíamos, como Toni Roldán o Sergio Sanz (no sé en qué anda Jordi Cañas), un regreso a la social democracia antinacionalista que fue la base de Ciutadans. Incluso a un nivel práctico, ese giro sería lo más inteligente, dado que, si se ponen a tiro, puede que Sánchez --que solo piensa en sí mismo-- los acabe encontrando un buen sustituto del pelmazo de Rufián y de ese tipo con moño que coloca a la parienta de ministra y junto al cual, como él mismo dijo, no se puede dormir tranquilo.

Salvar Ciudadanos se parece bastante a intentar resucitar a un muerto, pero los motivos por los que nació siguen plenamente vigentes en la España actual. Eso sí, para volver a la social democracia y al centro izquierda, yo diría que hace falta un líder que no es Inés Arrimadas.

 

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