Lo único divertido de retirarle una distinción oficial a un difunto es el rebote que se pillan los que le tenían aprecio o compartían sus postulados ideológicos. El fiambre, como es natural, ni se entera de que le han quitado la medalla de turno, pero quienes lo consideraban una gran persona se cogen un cabreo del quince, cosa que alegra un poco la vida de los que les detestan tanto o más que al muerto. Es lo que acaba de ocurrir con la retirada de la medalla de oro de Barcelona a Heribert Barrera, aquel demócrata ejemplar que abominaba de la emigración española a Cataluña o que aseguraba que los negros, pobres, tienen muchas menos luces que los blancos. Lo propuso Manuel Valls y se apuntaron socialistas y comunes. Se opusieron, claro está, los supremacistas del momento, encuadrados en ERC y Junts x Puchi. Perdieron, pero no se han estado de manifestar su disgusto: Elsa Artadi, aunque está muy ocupada promoviendo el linchamiento de mi amigo Albert Soler (espero que la soga para ahorcarlo sea, por lo menos, de Carolina Herrera), ha encontrado un momento para tuitear su indignación. Lo mismo ha hecho Quim Torra, que tiene una opinión elevadísima del viejo racista, lo cual no es de extrañar en alguien que considera a unos carniceros como los hermanos Badía unos catalanes ejemplares.
Quitarle una medalla a un muerto no tiene grandes consecuencias prácticas, pero sirve para envenenar un poco más el ambiente, juego que no tienen por qué no monopolizar los lazis. Y, de paso, estos se retratan (una vez más) como lo que son, unos racistas disfrazados de patriotas, que es exactamente lo que era el señor Barrera, acerca del cual, parafraseando la opinión de la administración norteamericana sobre el dictador Tachito Somoza, podrían suscribir aquello de que “es un hijo de puta, pero es NUESTRO hijo de puta”. Nada importante cambiará en Cataluña con la retirada de la medalla de Barcelona a Heribert Barrera, pero una patada en la espinilla de los lazis nunca viene mal, así que le doy las gracias desde aquí a Manuel Valls por su iniciativa.
Y ya puestos, le rogaría que siguiera en esa línea y propusiera quitarle a Sabino Arana (un sujeto aún más despreciable que Barrera) la calle que tiene en Barcelona. Yo creo que, si le retiramos la medalla de oro de la ciudad a un facha catalán, con mayor motivo podemos quitarle la calle a un facha vasco del que se avergüenzan hasta sus herederos políticos, los del PNV, quienes, como me informó el amigo Iñaki Ezkerra, nunca han movido un dedo para publicar las obras completas de su fundador por temor al qué dirán, tal es el cúmulo de animaladas que contienen.
La jugarreta de Manuel Valls no es más que una zancadilla motivada por las ganas de incordiar, pero resulta de gran utilidad para que los lazis se den cuenta de que donde las dan, las toman, y de que ellos no tienen la exclusiva de chinchar. Solo por el disgusto que se ha llevado Artadi --no descartemos que se le hayan quitado las ganas de ir de compras durante unas horas-- y el berrinche que se ha pillado Torra --el proceso de canonización de los hermanos Badía tampoco avanza al ritmo deseado-- ya ha valido la pena poner en marcha lo de la medallita de Barrera. Los pequeños cambios son poderosos, decía el Capità Enciam, y es evidente que, aunque en los años de (relativo) esplendor de dicho personaje en TV3, el señor Valls vivía en Francia, todo parece indicar que comparte su opinión.