Hace unos días, la judicatura española le dijo a Pilar Rahola que no hacía falta que declarara en el proceso a los líderes independentistas, aduciendo que sus opiniones eran prescindibles, como bien sabemos todos los que hemos tenido la dicha de leer algún artículo suyo o de disfrutar de sus berridos y sus gimoteos en TV3. Ahora le han venido a decir lo mismo a Rafael Ribó, conspicuo palanganero de los nacionalistas que tiene el cuajo de ir diciendo por ahí que es el defensor del pueblo catalán. El hombre se lo ha tomado muy mal y, en un arrebato de humor impropio de alguien tan serio y pomposo, ha asegurado que puede aportar datos objetivos a la instrucción. Me temo que, tanto en el caso de Rahola como en el de Ribó, lo que subyace bajo tanta indignación es la sensación de que se les ha hecho un feo, ¡con lo que ellos son y representan en la sociedad catalana! Es como si no ser invitado a largar en Madrid fuese la prueba de que no pintas nada y no eres nadie. De ahí la reacción, propia de cualquier socialite neoyorquina que observa con horror que no ha recibido la invitación a la gala inaugural del Metropolitan o a la fiesta de Vanity Fair en el festival de los Hamptons.

El juicio, ciertamente, es propicio al lucimiento, como bien sabe el beato Junqueras, cuyas franciscanas declaraciones de amor a España y a los españoles --aunque no vea la hora de perderlos de vista y sea el responsable, junto a la llorona Marta Rovira, de que un Puchi a punto de hacérselo todo encima y convocar elecciones acabara declarando la república--, su teoría de que nada malo se puede esperar de una masa humana que canta el Virolai y su afirmación, jamás contrastada, de que es una buena persona temerosa de Dios son un compendio insuperable de cinismo jesuítico, chaladura innegable y misticismo de chichinabo.

Pilar Rahola podría haber estrenado vestido y no descarto que hasta se hubiese depilado las axilas: era su gran oportunidad para lucirse ante el público español y lograr, tal vez, regresar a Tele 5 por la puerta grande, ya que con lo que gana en TV3 no le llega ni para pagar el forraje del pony que debería regalarle a su hija, la del internado de tronío. Rafael Ribó, por su parte, podría haber hecho méritos para ejercer de síndic de greuges de forma vitalicia y poder seguir viajando por el mundo a costa del contribuyente, que es algo que le encanta: no pretenderemos que un tipo de su prosapia se suba a un autobús del Imserso para ejercer de avi turista, ¿no?

Dudo que Rahola y Ribó sean los únicos procesistas que se hayan quedado con las ganas de fardar en la capital. No me extrañaría que esté cundiendo el pánico en el Gotha soberanista, donde imagino comentarios de este jaez: “Me acabo de cruzar con Cuca y está destrozada: ¡no la han invitado a declarar en el juicio! Es lo que le faltaba a la pobre, con lo poco que pinta y lo desmejorada que está..."