Sostiene Puigdemont desde su exilio belga que igual hay una alternativa a la independencia, y que él lleva trabajando treinta años por un buen encaje de Cataluña en España. O sea, que, a falta de pan, buenas son tortas. ¿Se le habrá ocurrido porque en Bruselas no hay xuxos como los de la pastelería de sus padres en Amer y debe apañarse con gofres? ¿O se estará apuntando a la táctica Forcadell, consistente en bajarse los pantalones ante la perspectiva de una larga estancia en el trullo? En uno y otro caso, ¿cómo se tomará la alegre muchachada indepe ese cambio de actitud? ¿Es serio liar la que han liado estos dos para acabar acatando el 155 y prometer portarse bien de ahora en adelante, sin saltarse la Constitución? Yo diría que no. Y si fuese uno de los miles de catalanes que se han tragado lo de la independencia exprés, estaría de muy mal humor y con ganas de cantarles las cuarenta.

Òmnium y la ANC han optado por no hacer ningún comentario crítico ante la bochornosa declaración de Forcadell en la que decía que la declaración de independencia era simbólica, prácticamente una broma que no ha sido bien entendida por el Estado. Pero lo normal es que haya cierto cabreo interno, sobre todo después de apoquinar los 150.000 euros necesarios para que la buena señora no pasara más de una noche entre rejas. Y es que pasar del president, posi les urnes y el ni un pas enrere al donde dije digo, digo Diego es para subirse por las paredes. Por no hablar de la inasistencia de la interfecta a la manifestación propresos de hace unos pocos días, por mucho que obedeciera a un consejo del abogado.

Parece que aquí nadie está dispuesto a pagar el precio de insistir en la independencia. Entre el talego y el paro no hay color. Desde luego, con líderes tan firmes y decididos, la independencia no tiene pinta de ser inminente

Tampoco vamos a ver a Forcadell en ninguna lista electoral, por lo que, con un poco de suerte, podemos dar por muerta su carrera política (como la de la señora Simó, que está adoptando una actitud muy similar). Y, sobre todo, adiós a la supuesta fuerza de sus convicciones, que flaquea a las primeras de cambio: toda la gente a la que enardeció con su verbo inflamado debería pillarse un rebote del quince.

Y lo mismo debería suceder si los consellers encerrados adoptan la misma táctica, algo que no sería de extrañar después de cambiar de abogados. En cualquier caso, parece que aquí nadie está dispuesto a pagar el precio de insistir en la independencia. Entre el talego y el paro no hay color. Lo fundamental es salir a la calle y una vez allí, ya veremos qué hacemos. Si el partido nos perdona la bajada de pantalones y nos recoloca en alguna parte, estupendo; y si nos echan por pusilánimes, ya nos buscaremos la vida como podamos. Parece que nadie previó las consecuencias de sus actos y que pensaban que éstos les saldrían gratis. Se optó por la épica mientras parecía rentable, pero en cuanto se demostró que no lo era, frenazo y marcha atrás. Desde luego, con líderes tan firmes y decididos, la independencia no tiene pinta de ser inminente. Y si el propio Cocomocho suplica una salida al berenjenal en el que él mismo se ha metido es que la derrota está ya interiorizada entre los que hace cuatro días se hacían el chulo que daba gusto verlos.