El blues del autobús
Si los venezolanos logran librarse de Nicolás Maduro algún día --a ser posible, antes de que se vean obligados a importar petróleo gracias a la brillantez de ese pedazo de economista bolivariano--, ¿volverá el líder a su trabajo anterior como conductor de autobuses? Dudo mucho que él este por la labor, pues sin duda preferirá instalarse en la leal oposición y ponerse a maquinar golpes de Estado, pero también me extrañaría que el gremio de autobuseros le recibiera con los brazos abiertos: hay gente que le da un mal nombre a tu oficio y preferirías que se dedicaran a otra cosa.
Quiero creer que la presencia al volante de fenómenos como Maduro, Garganté y los radicales islamistas parisinos es pura coincidencia
Pensemos que aunque conducir un autobús es un trabajo tan digno como cualquier otro, últimamente se han producido unas casualidades muy preocupantes relacionadas con dicha ocupación. Pensemos en París, donde la policía detectó una nutrida y alarmante presencia de radicales islámicos al volante de los autobuses de la ciudad. Fieles a sí mismos, los autobuseros de Alá daban el coñazo a más no poder: exigían comida halal en la cantina, donde no compartían mesa con los infieles, y a más de uno le daba por interrumpir el trayecto de su vehículo cuando le salía del níspero; es decir, cuando tocaba extender la esterilla en pleno bulevar Saint Germain y ponerse a rezar con el culo en pompa mientras el pasaje se moría de asco y llegaba tarde a su destino. ¿Qué hacía tanto islamista radical en el transporte público urbano? Misterio.
En Barcelona contamos con otro caso preocupante, el de Josep Garganté, concejal de la CUP en el ayuntamiento que también pertenece al gremio de los autobuseros. Seguro que le conocen: es ese calvo con barba que luce un retrato del Che Guevara en el antebrazo y la palabra ODIO tatuada en los nudillos, el mismo que un día le partió la cámara a uno de TV3 porque le debió ver una cara de fascista de aquí te espero y que arrojó al aire billetes falsos de 500 euros en un pleno municipal, para sorpresa y consternación de sus sufridos compañeros de trabajo.
Un autobús es una máquina inocente, sin duda alguna. Y quiero creer que la presencia al volante de fenómenos como Maduro, Garganté y los radicales islamistas parisinos es pura coincidencia. De todos modos, no vendría mal un comunicado conjunto de los autobuseros de Barcelona, París y Caracas desvinculando al colectivo de ciertos integrantes del mismo.