En esta república virtual que algunos se han montado, el concepto ahora imperante es la desobediencia civil. Curiosamente, quienes más la fomentan, no la practican: ahí tenemos a Quim Torra, que ha esperado hasta el último momento para obedecer a la Junta Electoral Central, pero al final ha retirado la pancarta en favor de sus amigos golpistas (sustituyéndola por otra que también va a tener que retirar mañana y para cuya colocación delegó en Lluís Llach y Antonio Baños, que consideran un gesto de valor inaudito obedecer las instrucciones de un cacique local); ahí tenemos, a cierta distancia institucional, a la alcaldesa cupaire de Berga, Montse Venturós, que también esperó a que se agotara el plazo para quitar la pancarta de marras del ayuntamiento, pero la acabó retirando.

Tanto Torra como Venturós están a favor de la desobediencia civil, siempre que no sean ellos quienes deban practicarla. Al tarugo que hace como que preside una comunidad autónoma a punto de mutar en república independiente le encanta azuzar a los demás para que hagan lo que él no se atreve a hacer. Apreteu, apreteu, les decía a los CDR; desobedeced, desobedeced, les larga a los procesistas, y si luego detienen a alguien por hacer el cafre en una carretera, Torra se solidariza de boquilla con él, pero en el fondo, si te he visto, no me acuerdo, y los sopapos de los picoletos te los llevas tú.

¿No iría siendo hora de que el señor Torra predicara con el ejemplo? Si tal cosa no es posible, porque no le apetece salir del palacio de la Generalitat esposado, siempre puede dejar de dar la chapa con sus insumisiones de chichinabo y obedecer a la justicia cuando ésta se lo ordena, en vez de adoptar esa actitud pueril, modelo la manga riega y aquí no llega, que lo mantiene instalado en el ridículo permanente.

El problema de Torra es que su quimera racista se está desmoronando ante sus propios ojos miopes: los CDR detenidos parecían estar preparando actividades violentas, por mucho que el presi las niegue por una cuestión de fe; los fastos del 1 de octubre en Barcelona, pese a los esfuerzos de TV3 por mostrar una ciudad ocupada por los procesistas, congregaron al 10% de los que participaron en los de 2018; su padre espiritual, Puchi I de Waterloo, se ve cada día más acorralado, y ya no sabe qué hacer para que no lo relacionen con los patriotas detenidos, desentendiéndose de lo que diga Torra, quien, en su condición de valido, tiene derecho a ser un poco más tonto que su soberano. Vivir en un mundo de fantasía sin ayuda de alcohol y drogas dura lo que dura; y, tarde o temprano, el presidente fugado y su suplente van a tener que reconocer que lo suyo no va a ninguna parte: hasta para ellos, pese a su optimismo cerril, llegará el momento en que vean que la broma ya no da más de sí y ha dejado de hacer gracia hace tiempo.

Mientras tanto, el uno desde la Gene y el otro desde Bélgica, se dedican a azuzar al populacho para que haga lo que ellos no se atreven a hacer. Nadie ha resumido tan bien el procesismo como un amigo de nuestros Dumb & Dumber, el inefable Toni Comín, desde el lado alemán del puente que no se atrevía a cruzar para poner los pies en Francia: No tenim por! ¿No tenéis miedo? ¿Pues a qué esperáis para cruzar el puente o para desobedecer a la justicia?