Primera ley de España (Ramón de): todo aquello en lo que ande metida Laura Borràs desprenderá un inevitable tufillo a corrupción y/o chalaneo. Y ya no me remonto a los tiempos en que estaba al frente de la ILC y se dedicaba a fraccionar contratos para favorecer económicamente a su amigo Isaías, el de los trapis. Ni siquiera a aquellos sujetos que, acogiéndose a una peculiar regulación relacionada con su edad provecta, seguían cobrando del erario público sin dar un palo al agua ni presentarse en su supuesto lugar de trabajo. Hablo, directamente, de esos siete asesores que tenía la Geganta del pi cuando hacía como que presidía el Parlamento catalán y que, con ésta suspendida de sus funciones (que no cesada, como insisten sus defensores, aunque las consecuencias sean exactamente las mismas), siguen cobrando por asesorar no se sabe muy bien a quién.
La lógica más elemental indica que cuando te quedas sin cargo, tus asesores sufren el mismo destino, aunque en el caso que nos ocupa, los siete enanitos podrían haberse buscado una nueva Blancanieves y la habrían encontrado fácilmente en la figura de Alba Vergés, sustituta de Borràs y heredera de sus prerrogativas (aunque es muy probable que Vergés haya venido con sus propios asesores, pues abundan en la política autonómica, así como en la nacional y la municipal: Ada Colau tiene consejeros a cascoporro y Pedro Sánchez debe tener asesores hasta para hacerse el nudo Windsor de la corbata, aunque él haya precisado recientemente que en verano hay que quitársela para no contribuir al calentamiento global vía aire acondicionado).
Algunos partidos políticos (especialmente, Ciudadanos) llamaron la atención sobre la aparente incongruencia de que una cesante siguiera contando con un equipo de asesores. Así pues, se reunió la Mesa del Parlamentillo y llegó a la brillante conclusión de que Borràs no está cesada, sino suspendida (aunque un reciente cónclave desestimó reconsiderar la decisión de deshacerse de ella); por consiguiente, aunque no haya nadie a quien asesorar, sus siete asesores pueden seguir cobrando unos sueldos que oscilan entre los 48.000 y los 88.000 euros anuales y que, en total, nos cuestan a los catalanes unos 400.000 euros, que no constituyen una cifra exagerada para gente que trabaja por el (supuesto) bien común, pero sí lo son para siete individuos que, ante la caída en desgracia de su jefa, no tienen absolutamente nada que hacer.
Una vez más, se ha impuesto entre nosotros la chulesca fórmula “¡Será por dinero!”. Normal, supongo, en un país imaginario cuyo presidente gana el doble que el de un país de verdad (del que formamos parte o no, según el punto de vista) y en el que no se repara en gastos a la hora de pagar a sus representantes públicos. No vamos a dejar en la calle a los asesores de Borràs aunque no tengan nada qué hacer, ¿verdad? Y, además, ¿qué son 400.000 euros comparados con la inmensidad del cosmos?
El régimen, ya se sabe, cuida de los suyos, sobre todo cuando son especialmente suyos, como es el caso de una de los asesores de Borràs, Elvira Parés, esposa del decano del Colegio de Médicos, Jaume Padrós, un convergente de pro que ejerció como diputado de CiU entre 1988 y 1995. No vamos a dejarla a dos velas simplemente porque no tiene a nadie a quien asesorar, ¿no es cierto? Y ya le encontraremos algo --a ella y a los demás asesores-- cuando demos definitivamente por cesada a Laura Borràs, situación para la que igual hay que esperar a que inhabiliten a la interfecta o la metan en la cárcel (no descartemos la posibilidad de que la Mesa del Parlament llegue a la conclusión de que determinados inhabilitados y/o presidiarios necesiten contar con un equipo de asesores: ¡Será por dinero!).
El timo de los asesores es una cacicada más de ésas a las que nos tiene acostumbrados el lazismo, pero pasma especialmente por su desfachatez. Hasta ahora, para ejercer de asesor, era necesaria la existencia de alguien a quien asesorar. Parece que ya no hace falta y que se puede seguir cobrando como asesor, aunque no haya nadie a quien decirle lo que debería hacer. Realmente, la política catalana (por llamarla de alguna manera) es algo extraordinario.