Por boca de Roger Loppacher, su presidente eterno (y caducado, como el resto de la pandilla), el CAC ha manifestado su disgusto ante la falta de oferta en catalán por parte de Netflix. El CAC, como todos sabemos, está para meterse donde no le llaman --antes de Netflix, pringaron Tele 5 y otros canales sobre los que este ente inútil carece de competencias--, mientras descuida voluntariamente sus obligaciones donde sí las tiene, que son los medios de agitación y propaganda del régimen: hagan estos lo que hagan, al CAC siempre le parece bien. ¿Que a Jair Domínguez se le escapa un Puta España? ¡Libertad de expresión! O una chiquillada sin importancia de ese chico tan gracioso y tan patriótico. ¿Qué Peyu, Quim Masferrer o algún otro representante de nuestro humor pre paleolítico sueltan alguna grosería sobre el país vecino? Ningún problema, si ni a la mandamás de la Corporación le preocupan esas cosillas… Con respecto al Puta España, ¿acaso no ha declarado Nuria Llorach que, si Vicent Sanchis no tiene nada que decir al respecto, ella tampoco?
Supongo que las cosas funcionarían a la inversa en el caso de que en algún canal español saliera un equivalente de los bufones siniestros recién citados clamando ¡Puta Cataluña! En ese caso --no improbable, sino imposible--, Sanchis, Llorach y el CAC en pleno estallarían en santa indignación, pedirían cabezas y no descartarían recurrir al Tribunal de Derechos Humanos de la Unión Europea. Otros asuntos puede que no, pero la Ley del Embudo la dominan. Motivo por el cual, el PSC se ha puesto en marcha --¡ya era hora!-- para interesarse por el Puta España y demás desahogos tolerados --y puede que hasta fomentados-- por las altas autoridades audiovisuales catalanas: parece que se va a abordar el tema en el parlamentillo y que Sanchis y Llorach van a tener que dar algunas explicaciones. Siendo el PSC como es, claro está, previamente ha habido que aguantar la bendición de Salvador Illa a la nueva estafa que prepara el gobiernillo para pagar las consecuencias de la anterior: ya saben, lo de despistar diez kilos de donde sea --como si es de la pasta contra el Covid 19-- para que no le embarguen el flequillo a Artur Mas y la papada a Mas Colell. Y si la cosa no cuela, Rufián ya ha tenido una idea genial, que es fiscalizar al Tribunal de Cuentas, en el que nunca se había parado a pensar hasta que les presentó la factura del despilfarro procesista a sus amiguetes.
Además de llevar al parlament, aunque sea a rastras, a los jefazos de TV3 que encuentran normal que sus supuestos humoristas insulten al país de al lado, yo creo que habría que hacer lo propio con el señor Roger Loppacher, que lleva no sé cuántos años al frente del CAC ejerciendo de La Voz de su Amo, en la misma línea de nuestro defensor del régimen (y de su piscinita, ¡qué bien sienta remojarse los cataplines entre viaje innecesario y viaje absurdo!) el ínclito Ribó, con quien compone una pareja de esbirros bien pagados francamente insuperable. Alguien debería decirle al señor Loppacher que nadie debería meterse en casa ajena cuando se tiene la propia hecha unos zorros. Sus opiniones sobre lo que debería hacer Netflix nos la soplan: mientras no evada impuestos, Netflix puede emitir lo que quiera en el idioma que quiera. Con perturbados mentales clamando Puta España sin que ningún mando arquee una ceja o se le ocurra que la ofensa gratuita no tiene cabida en una televisión pública --suponiendo que TV3 lo sea, que ya es mucho suponer, pues más bien es un canal temático con suscriptores cautivos que no la ven jamás--, lo del CAC con Netflix es puro cinismo y lo del señor Loppacher meras ganas de que su dueño le acaricie el lomo y le agradezca su fidelidad de mascota doméstica, aunque no le salga precisamente barata.