Josep Antoni Duran i Lleida está que trina con sus antiguos compañeros de coalición. Aprovechando que anda de promoción de su libro de memorias políticas, El riesgo de la verdad, no desaprovecha ni una oportunidad para ponerlos de vuelta y media, mostrando especial (y comprensible) inquina hacia la figura del Astut Mas, al que tuvo que aguantar durante bastante tiempo, hasta que la rentable asociación con los convergentes se le hizo insostenible. En los medios de agitación y propaganda del régimen, Duran se ha convertido en la nueva bestia negra del nacionalismo por decir cosas que se le ocurren a cualquiera que no esté ofuscado ni fanatizado por la patria: que el Astut metió la pata con su epifanía independentista, que el prusés fue una chapuza, que Puchi es un inútil, que TV3 manipula y miente y que no hay vida fuera de España y de Europa. En Cataluña, por decir esas cosas, te linchan. Pero Duran i Lleida sabe que ya no tiene nada que rascar en el mundo del que proviene y que, arruinada y endeudada su querida Unió, solo le queda salvar su propio pellejo en vistas a los años venideros. Personalmente, no puedo estar más de acuerdo con las cosas que va soltando por ahí, pero le hubiese agradecido que se hubiera mostrado igual de contundente cuando aún formaba parte de la acreditada marca Convergència i Unió.

Antes de la ruptura, no lo olvidemos, Duran ejercía de ladino agente doble que se presentaba en Cataluña como un socio leal del Astut mientras, en Madrid, interpretaba ese papel de catalanista sensato que tan buena fortuna le había traído hasta entonces. Exagerando un poco, por las mañanas Duran le echaba una mano a Mas con el prusés y por las tardes se iba a Madrid a denunciar la melonada en marcha. A ratos inflaba las ruedas de la independencia y a ratos las desinflaba.

Cuando la coalición se fue a pique y Unió se dio una bofetada monumental en las siguientes elecciones, quedó demostrado algo que se nos había mantenido oculto durante décadas: que el partido de los meapilas catalanes no aportaba gran cosa a los éxitos del pujolismo. Lo cual dejó al pobre Duran en una posición bastante desairada que hizo que muchos nos preguntáramos, como en la zarzuela, de dónde sacaba para tanto como gastaba. Tanta prosapia, tanta suite en el Palace, tanta reverencia española hacia su persona... ¿Y ahora resultaba que su importancia en los éxitos convergentes siempre había sido escasa tirando a nula? ¡Ese hombre era un impostor! Nos había hecho creer durante casi treinta años que era fundamental para la buena marcha de Cataluña y España entera --no se le puede negar que siempre ha dado muestras de tener una autoestima altísima--, pero la verdad consistía en que su partido era, gracias a Convergència, el único superviviente de la democracia cristiana española en la transición, cuando tantos creían que aquí sucedería lo mismo que en Italia y enseguida vieron que no.

Bajo este punto de vista, toda la carrera política de Duran i Lleida se basa en un bendito malentendido: la democracia cristiana nunca ha levantado cabeza por sí misma, ni en Cataluña ni en el resto de España. Descubierta la superchería, ¿qué puede hacer el bueno de Duran para no jubilarse antes de tiempo? Pues reivindicar su legendaria sensatez, nunca demostrada del todo porque con las cosas de comer no se juega, recurrir al siempre útil "mira que os advertí", poner verdes a sus antiguos compinches y ofrecerse a la España constitucional para lo que haga falta y, a ser posible, comporte una remuneración digna. Soberbio siempre, nuestro hombre no va a seguir el triste ejemplo del pobre Espadaler e irse a pedir limosna a Miquel Iceta. Nacido para mandar, Duran espera que esos millones de catalanistas sensatos que, según él, se sienten huérfanos desde el hundimiento de Unió, lo consideren su líder natural. Pero esos huerfanitos no aparecen por ninguna parte, la chaladura se extiende entre los buenos burgueses oprimidos y todo lo controla un fugitivo de la justicia que, según él, debería militar en la CUP.

Ideólogo sin seguidores, general sin tropa, a Duran i Lleida solo le queda, como diría Aznar, ir ladrando su rencor por las esquinas. Tiene gracia cuando lo hace en TV3 o en Catalunya Ràdio, pero me temo que su actitud actual, como todas las que mostró en el pasado, están mas enfocadas hacia la propia supervivencia y el propio medro que hacia ese necesario retorno a la sensatez en Cataluña por el que clama en todas sus apariciones públicas.

Démosle pues la bienvenida a la España constitucional, pero sin alharacas. Más vale tarde que nunca, sí, pero como también dice el refranero, a la fuerza ahorcan y por el interés te quiero Andrés.