Ya lo decía el Eclesiastés (y los cantaban los Byrds): hay un tiempo para cada cosa, para plantar y cosechar, para vivir y morir… Y para reprimir y basurear, diría yo basándome en la actitud adoptada desde hace cierto tiempo por la justicia española en relación a las actividades de los lazis más pesados y cansinos. Veamos un ejemplo reciente: un secretario municipal de Madremanya, provincia de Girona (¿de dónde, si no?) había otorgado, por su cuenta y riesgo, la nacionalidad catalana a dos sujetos que aspiraban a ejercer de juez de paz, iniciativa que le granjeó un rapapolvo de la autoridad competente que le acaba de ser anulado porque, literalmente, es imposible tomársela en serio (la justicia española la ha tildado acertadamente de “pueril e inofensiva”). Se le levanta, pues, el castigo al quimérico funcionario y se le viene a decir que, en lo que respecta a la justicia, puede seguir adjudicando nacionalidades falsas. O sea, que si a alguien le apetece, que quede constancia de que procede del planeta Klingon, popular gracias a la serie de televisión Star Trek, que se acerque por Madremanya y el secretario del ayuntamiento le expenderá el preceptivo carné de identidad extraterrestre (no le servirá de nada ser declarado oriundo de Klingon, pero, puestos a ser pueril e inofensivo, para qué limitarse a la nacionalidad catalana, ¿no creen?).

De hecho, estamos ante el último episodio de una serie que (yo diría que) empezó con el indulto a los mal llamados presos políticos del prusés. Hubo quien se tomó la cosa como una ofensa a la patria perpetrada por Pedro Sánchez, pero yo creo que más bien se trataba de la primera muestra de basureo español a los independentistas con mando en plaza. Soltarles, por un lado, permitía aparentar al Gobierno español cierta voluntad de desinflamar heridas, pero, al mismo tiempo, era una manera de decirles a los amotinados que eran una pandilla de inútiles cuya máxima hazaña había sido organizar una especie de revuelta ridícula que acabó resultando, como se ha dicho en el caso Madremanya, “pueril e inofensiva”. O sea: largaos a casa y a ver si os portáis bien y dejáis de dar la chapa, que ya aburrís. Y si seguís dándola, hacedlo con discreción o habrá que volver a poneros a la sombra.

El tratamiento judicial a Laura Borràs fue en la misma línea. La condenaron a cuatro años de cárcel, pero luego, viendo que alimentarla durante tanto tiempo (con la pinta que tiene de ponerse las botas a diario y varias veces) representaría para el Estado un despilfarro inaceptable, se le sugirió que solicitara el indulto. Una nueva manera de ningunear a una figura del lazismo, recordándole que sí, probablemente lo suyo era choriceo del bueno, pero que, una vez más, dada su actitud “pueril e inofensiva”, se podía ahorrar los años de trullo y seguir dando la tabarra hasta que sus propios compañeros de partido optaran por sacrificarla (lo que más temprano que tarde acabará pasando).

Luego vino el turno de David Madí, al que pillaron, como suele, liando la troca en asuntos financieros de aspecto turbio. A este le vinieron a decir que nos constaba a todos que era un mangante, pero que su capacidad como organizador de chanchullos no pasaba por sus mejores momentos y, por consiguiente, el peligro que hubiese podido representar en un pasado reciente para la ley y el orden ya había caducado. Ahora le ha tocado al secretario municipal de Madremanya, y ya veremos quién es el próximo lazi pueril e inofensivo al que se le aplica el tratamiento para basurillas humanas que parece haberse puesto de moda en España.

No es que me las quiera dar de pionero, pero yo hace años que descubrí que lo que más irritaba a los procesistas era tomárselos a chufla, como hice en 2013 con el libro que da título a esta sección. No pido a cambio de mi texto visionario la Orden de Isabel la Católica, pero una ley con mi nombre me haría cierta ilusión, ya que, sin haberse creado todavía, no para de aplicarse al contingente de sujetos pueriles e inofensivos que intentan torpedear la convivencia en mi comunidad (afortunadamente, con resultados ridículos). Venga, señores, que no es pedir tanto…