Desde que hemos sabido que la Audiencia Nacional tiene fundadas sospechas de que la fugada Marta Rovira estuvo al frente de Tsunami Democràtic, aquella especie de brazo armado del independentismo que apareció y desapareció y nunca más se supo, entendemos mejor la renuencia de nuestra llorona favorita a volver a pisar territorio español, pues va a pasar de estar acusada de desobediencia (delito que no incluye penas de cárcel) a estarlo de desórdenes públicos agravados (con los que es más fácil que se te caiga el pelo). No sé si Marta Rovira pasó por el escultismo y fue una daina de las mejores, pero el apodo que utilizaba cuando, supuestamente, estaba al mando del Tsunami de marras era Matagalls, que es el nombre de un pico muy frecuentado por nuestros boy scouts, por lo menos en la época en que yo no formaba parte de ellos.

La Llorona es una caja de sorpresas. No entendíamos muy bien qué hacía en Suiza (Anna Gabriel, por lo menos, aprovechó su excelente francés para auparse a la dirección de un sindicato local) cuando en España, por cortesía del presidente Sánchez, le habían eliminado el posible delito de sedición y solo pendía sobre ella el de desobediencia, pero algo debía olerse cuando se mostraba tan renuente a volver al terruño. Algo como lo que sostiene la Audiencia Nacional, que la interfecta era el cerebro (término algo exagerado, lo reconozco, dadas las circunstancias) del fantasmal Tsunami Democràtic, que la lió parda en su momento y al que cabe responsabilizar del único muerto provocado por el prusés y que no es un aguerrido independentista, sino un pobre turista francés que, viéndose metido en el fregado de la ocupación del aeropuerto por las huestes de la señora Rovira, se vio obligado a recorrer, arrastrando la maleta, una larga distancia que le afectó al corazón y lo llevó a perecer de un infarto. ¿Alguien se acuerda del desafortunado turista? Me temo que no, y supongo que el lazismo lo considera, en el mejor de los casos, una víctima colateral (no me consta que la señora Rovira se haya referido jamás a él de ninguna manera).

No es de extrañar que Marta Rovira estuviera al frente del Tsunami porque estamos ante una pasiva agresiva de manual. Con sus gimoteos (más los del beato Junqueras, otro que tal) contribuyó a que Puigdemont declarara la república de los ocho segundos y acabara de buscarse definitivamente la ruina. Luego salió pitando a Suiza –donde debe llevar años viviendo de algún fondo de reptiles patrióticos, pues no se le conoce actividad alguna— y no hace mucho tuvo el cuajo de decir que las cosas se habían hecho muy mal cuando lo del 1 de octubre. Sí, se hicieron mal, sin duda alguna, pero ella las hizo especialmente mal y contribuyó poderosamente, con sus llantos y sus rabietas, a empeorarlas. Todo ello adoptando una actitud de mosquita muerta, pero patriótica, que solo quería lo mejor para su país.

La Audiencia Nacional incluye entre los supuestos responsables del Tsunami a unos cuantos sospechosos habituales más, entre los que destacan el empresario editorial Oriol Soler y el exterrorista metido a político de ERC Xavier Vendrell (quien, aunque luzca habitualmente traje y corbata, sigue teniendo una cara de skinhead que tira de espaldas). También figura en la lista uno de Òmnium, Oleguer Serra, encargado, al parecer, de organizar la lucha callejera (Soler se ocupaba de la comunicación y Vendrell no sabemos muy bien de qué, pero habiendo pasado por Terra Lliure, nos podemos imaginar cualquier cosa; por cierto, ahora entendemos también mejor su reciente adquisición de la nacionalidad colombiana: igual confía en que, si pintan bastos, el cónsul de Colombia en Barcelona se niegue a extraditarlo a Madrid para hablar un ratito con el juez, ¡de ilusión también se vive!).

Estamos ante una pandilla de gente que no se ha perdido ni un sarao indepe, pero siempre ha conseguido salirse de rositas de sus ridículas conspiraciones y chapuceros complots. Hasta ahora. No es del todo descartable que a Vendrell le dé por pillar el primer vuelo a Bogotá (estaría bien que la Guardia Civil vigilara el aeropuerto por si acaso), y es casi seguro que el regreso de Marta Rovira a su querida Cataluña no va a ser inminente. Yo creo que han tardado mucho en pillarla, pero que eso se debe a su ya citada condición psiquiátrica pasiva agresiva. ¿Quién podía pensar que bajo esa apariencia de pobre chica con cierta tendencia a la llorera histérica se escondía un genio del mal (rollo)? Lo dicho: no sabemos qué hace en Suiza, pero siempre es mejor quedarse allí tocándose las narices (son de un tamaño respetable y dan para un buen rato de esparcimiento) que acabar dando explicaciones a la justicia española por el espinoso asunto del Tsunami, así que dudo mucho que la veamos por aquí próximamente. Y en cuanto al turista francés fallecido por culpa de sus chorradas revolucionarias, pues qué se le va a hacer. Y, además, todos sabemos lo mal que se porta el Estado francés con los pobres habitantes de la Catalunya Nord, así que, aunque no lo parezca, ¡algo habría hecho el difunto!