A Laura Borràs no te le quitas de encima ni con aguarrás. La acaban de condenar por corrupción, aunque ofreciéndole la posibilidad de ser indultada, y ella sigue, dale que te pego, con que es inocente y que, por tanto, debería ser restituida en su cargo de presidenta del parlamentillo catalán. La Geganta del Pi ha conseguido algo insólito, que es contrariar por igual a quienes la detestan y a una gran parte de los que se supone que son los suyos. Alguien menos sobrado, prepotente y malcriado daría el habitual paso al lado (o, a ser posible, paso atrás, muy atrás, hasta que la perdiéramos de vista pese a sus notables dimensiones), pero ella sigue en sus trece, convencida de que es la genuina voz del independentismo y de que está rodeada de enemigos españoles y traidores catalanes. No sé si cree estarle haciendo un favor a la causa con su actitud numantina, pero a mí me da la impresión de que lo único que está consiguiendo es contribuir a la división y el emponzoñamiento del movimiento independentista (cosa que le agradezco, aunque lo haga de manera involuntaria). Lo que sí ha logrado de forma indudable es tener cada día más frentes abiertos en su contra, cosa que parece llenarla de orgullo y satisfacción. Veamos:
En ERC no la soportan y la consideran una corrupta de manual. El propio Petitó de Pineda ha venido a decir que una cosa es que la justicia española te condene por independentista y otra, muy diferente, que te empapele por presuntos choriceos para favorecer económicamente a un amigo tirando a turbio que ya había tenido algunos encontronazos con la ley por asuntos de narcotráfico (no en vano el tal Isaías Herrero era conocido como El camello de Convergencia). En parecidos términos se ha expresado Marta Vilalta. La CUP también la considera una mangante de tomo y lomo y clama por su desaparición de la escena política. En su propio partido, Jordi Turull se está quedando solo defendiéndola (¡qué gran opción política es Junts x Cat, donde la presidenta acaba de ser condenada a más de cuatro años de cárcel, el secretario general está inhabilitado y el gurú anda dado a la fuga desde hace más de cinco años!), y ya hay voces (de momento, la de la incombustible Magda Oranich, que está muy activa para haber dado en su momento la impresión de que era la típica representante de la gauche caviar a lo Rafael Ribó que se jubilaba en Convergencia) que claman porque Borràs se largue a su casa lo antes posible.
Pese a todas las evidencias, nuestra Laura, que a pesada no la gana nadie, insiste en su inocencia y en que la justicia la toma con ella por ser independentista. Una justicia que ha sido muy amable con ella, por cierto, al ofrecerle la vía del indulto. Un indulto que, como se deduce de unas recientes declaraciones de Pedro Sánchez, no resulta del todo evidente. Sánchez, como todos sabemos, es un hombre que va a sus cosas y que solo piensa en lo que más le conviene para conservar el sillón presidencial. Si Borràs fuese de ERC, puede que al presidente le conviniera indultarla, pero como de Junts x Puchi no hay nada que rascar, la puede enviar al talego tranquilamente, si es que aún es presidente cuando llegue el momento de otorgar o no el indulto, lo cual está por ver. Y para quedar bien con quienes le reprochan sus concesiones a los indepes, la cabeza de Laura Borràs es un trofeo de cierto interés que, además, no le plantea ningún problema con los separatistas neoautonomistas que lo ayudan a conservar el poder.
Laura Borràs es ya un cadáver político, aunque ella sigue creyendo que el futuro de la Cataluña catalana pasa por sus manos. Es lo que tiene vivir instalado en el delirio. Tarde o temprano (más tarde que temprano, me temo) nos libraremos de ella, que es como una metáfora del prusés en el sentido de que ambos están moribundos, pero su agonía puede ser eterna porque el concepto que rige en ambos es, básicamente, la pesadez.