En cierta ocasión, Félix Ovejero me comentó lo hábiles que eran los antiguos militantes de Bandera Roja a la hora de situarse muy bien en la política democrática. Aunque ya he olvidado la larga lista de nombres que me dio para apoyar su teoría (bueno, me acuerdo de Ferran Mascarell, pero ese me temo que ya está amortizado desde hace tiempo), puede que en ella figurase el actual ministro de Universidades, Joan Subirats, quien, cuando se disponía a jubilarse tras echarle una mano a Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona, le cayó el ministerio de marras y dejó para más adelante lo de la jubilación. Carezco de la información necesaria para saber si está haciendo bien o mal su trabajo, pero detecto sus salidas de pata de banco. Entre las más recientes cabe destacar su reconocida aversión hacia la tuna (que comparto, aunque me la guardaría para mí si ocupase el cargo del señor Subirats) y su actitud comprensiva hacia los estudiantes de la Complutense madrileña que abuchearon a Isabel Díaz Ayuso durante el acto que la distinguía como ilustre exalumna de la institución (no soy un ayuser ni siento especial simpatía por la señora Díaz, más bien me ha parecido siempre un poco zapato), cuando más le habría valido callarse y encajar estoicamente las propuestas del rectorado, aunque como exmilitante de Bandera Roja, es muy probable que aún siga creyendo que la universidad es de los estudiantes, discutible teoría de cuando el mayo del 68 francés, aquella chiquillada, como me la definió un día el sarcástico dibujante de comics Gerard Lauzier, que en paz descanse.

En cualquier caso, su odio a la tuna y su desprecio a la señora Díaz Ayuso se me antojan casi inofensivos en comparación con sus recientes declaraciones sobre la situación del prusés en su Cataluña natal. Se le adelantó, eso sí, Yolanda Díaz con su teoría de que el prusés se acabará cuando lo decidan los catalanes, teoría encaminada a ganarse la simpatía de algunos lazis y que, de paso, contradecía la afirmación del ministro Bolaños según la cual el cirio procesista había pasado a mejor vida (gracias, claro está, a su preclaro señorito, Pedro Sánchez). Subirats ha iniciado su razonamiento hablando de la célebre (e inútil) mesa de diálogo entre el PSOE y ERC, asunto que Sánchez hace todo lo posible por eliminar de su agenda, y lo ha concluido asegurando que esa mesa en la que nadie cree debería conducir no a un referéndum de independencia (tema tabú hasta para los que se consideran a la izquierda del PSOE), pero sí a algún tipo de consulta.

Y ahí lo ha dejado, sin precisar a qué tipo de consulta se refiere. Supongo que no alude a una de esas iniciativas no vinculantes que solo sirven para cabrear a los que están a favor y en contra del referéndum de independencia, que es a lo único a lo que aspira el lazismo, ya sea con cierta educación por la cuenta que le trae (ERC) o a lo bestia porque su irrelevancia aumenta a diario (JxCat). Me encantaría saber a qué se refiere Subirats cuando habla de “algún tipo de consulta”. ¿Piensa preguntar a los catalanes si les parece bien que haya gente que lleve la ropa interior por encima de la exterior? No creo, pues eso ya lo puso en práctica la CUP cuando sus militantes iban por ahí con una camiseta de manga corta por encima de otra de manga larga. Si no es para plantear la posibilidad de la independencia de Cataluña, ¿en qué debería consistir ese extraño tipo de consulta que baraja mentalmente el señor Subirats?

Yo juraría que no existe ese tipo de consulta del que habla el señor ministro. O se está a favor de la independencia del terruño o se está en contra. O se exige un referéndum de los de verdad o se rechaza. Y al señor Subirats, como ministro del Gobierno de España, como representante del Estado, le toca rechazarlo, no intentar hacerse el tolerante y el comprensivo con los que quieren cargarse el país que, entre otras cosas, paga su sueldo. Ya hemos aguantado en el pasado reciente algunas aportaciones pusilánimes al tema por parte de políticos del PSC para que ahora salga todo un ministro a hablarnos de “algún tipo de consulta”. Ya puestos, Subirats podría haberse declarado, directamente, a favor de la celebración de un referéndum independentista, pero ha optado por el modo “la puntita nada más”, no fuera a buscarse problemas serios con Pedro Sánchez que pudieran llevar a su cese. Tirar la piedra y esconder la mano sale mucho más a cuenta. Subirats ha llegado a ministro a una edad avanzada y es la prueba viviente de que, como decía el amigo Ovejero, los chicos de Bandera Roja siempre se colocan muy bien. Buscarse la ruina por pasarse de la raya sería del género tonto. Y los de Bandera Roja nunca han sido tontos: de ahí lo bien que les ha ido a casi todos.