La última moda entre los susánidas, esa tribu en peligro de extinción desde hace tres meses, cuando la fortaleza de Troya, la Grande Andalucía del peronismo rociero, se vino abajo de improviso --o quizás no tanto--, es no votar todo aquello que les desagrada. Puro nihilismo adolescente. Cuando no pueden imponer a los demás su voluntad, ellos ni están en contra ni se abstienen. Sencillamente eluden participar en el acto básico --pero no exclusivo-- de la democracia, que consiste en emitir tus opiniones a través de una urna. Un trabajo por el que se les paga con el dinero de todos.

Lo hicieron hace unas semanas en el Parlamento de las Cinco Llagas, cuando la coalición PP-Cs llevó a la cámara legislativa una moción favorable a la unidad de España, en contra del delirio independentista y crítica con el presidente del Gobierno. Volvieron a hacerlo ayer en el comité federal del PSOE que aprobó las listas de las elecciones generales del 28A, donde el sanchismo hizo valer su superioridad y laminó, como señalaban todos los augurios, a los (cada vez más escasos) partidarios de la expresidenta de la Junta, Susana Díaz, que todavía piensa que es pasajero lo que claramente ya se ha convertido en definitivo. El final de su carrera.

Una muerte política, exactamente igual que en la vida, es para siempre. No cabe ni la esperanza de la resurrección ni el sueño infantil de viajar atrás en el tiempo. Díaz quisiera cambiar el calendario de su desgracia, pero se trata de una tarea imposible. Como dijo Quevedo, el tiempo ni se detiene ni tropieza. Su caída empezó justo cuando parecía estar en la cúspide y la prensa de Madrid amplificaba hasta el infinito su figura política. ¡Qué vista tan extraordinaria!

Primero se estrelló en las primarias del PSOE --"vaya hostia me he dado", dijo con su extraordinaria expresividad--; después entregó a la derecha la Junta de Andalucía, el tesoro de los socialistas meridionales. La pérdida de la batalla por Ferraz fue su particular drama personal; la expulsión de San Telmo, en cambio, es una tragedia colectiva. Familias enteras, estirpes políticas al completo y hasta tres generaciones distintas de militantes que han vivido como monarcas durante cuatro décadas al calor de la Junta, lo perdieron todo el 2D.

Ella, por supuesto, decidió que su derrota era un accidente (coyuntural) y se aplicó el cuento de que quien resiste, gana. Ni dimisión, ni autocrítica, ni tampoco voluntad de negociar una salida honrosa. Todo debía continuar igual hasta que Su Peronísima (ahora reducta) tuviera de nuevo la opción de volver a intentar recuperar el paraíso perdido.

La famosa frase de Cela, sin embargo, exige un requisito para cumplirse: para resistir hay estar vivo. Y eso es lo que falla en el caso de Díaz. En el cónclave socialista que señala su irrelevancia, donde no hubo siquiera peticiones de palabra, tras ser ajusticiados, los susánidas respondieron con un voto particular perfectamente inútil y una frase --"tomo nota"-- que muestra la impotencia del conciliábulo que dio el golpe de Estado de Ferraz en 2017. Resumimos su estupor a la manera de Neruda: “Nosotros, los del cuartelazo, ya no somos los mismos".

Parece evidente que, tras la pérdida de sus últimos bastiones orgánicos, la carrera política de Díaz está en su ocaso, tras un lustro de poder absoluto en Andalucía. Que no hay remedio salta a la vista: la estrategia de humillar a los ministros sanchistas relegándolos a puestos secundarios en las listas de Almería, Sevilla, Córdoba y Cádiz, era una estrategia suicida. Buscaba marcar territorio para que se aceptase su permanencia al frente del PSOE andaluz, pero ha sido el último cartucho de un dominio menguante.

Las agrupaciones socialistas andaluzas que no se prestaron al juego y pactaron con Ferraz lograron una lista de consenso. No ha sucedido lo mismo en los últimos feudos susánidas, que cada vez lo son menos porque sus militantes tienen mucho que reprocharle a Díaz y nada que agradecerle desde que en diciembre se quedó sin trigo que repartir. Va a ser un final muy triste. El viento de la suerte ha cambiado de dirección de forma brusca. La tormenta definitiva se aproxima. Y los susánidas no tienen ni oficio, ni escudos, ni refugio.