Cada 8 de marzo, el Govern se pone un lazo violeta y hace anuncios y manifiestos llenos de compromisos y buenas intenciones. Reconoce la situación de discriminación de las mujeres, constata que esto tiene que ser prioridad, pero una vez pasa este día, nada de esto se traduce en actuaciones o políticas concretas. Éste no ha sido diferente.
El Govern está tramitando unos presupuestos que define de feministas pero que no incluyen partidas para desplegar ni la Ley de Igualdad de 2015 ni la de Erradicación de la Violencia Machista de 2008 que siguen en lista de espera a pesar que continúan los feminicidios y la brecha salarial disminuye a un ritmo tan lento que si se mantiene así tardará 350 años en erradicarse.
Ni siquiera sabemos qué partidas está destinando el Govern al combate de la violencia machista. En febrero de 2019 la consellera Artadi dijo en una rueda de prensa que eran 37 millones de euros. En noviembre, la consellera Budó que eran 32 millones de euros y ahora los presupuestos sólo consignan 30 millones de euros. ¿Cuál cifra es la correcta? Probablemente ninguna de las tres. Lo único que se mantiene estable en estas cifras son las transferencias anuales de casi 12,8 millones de euros que hace el gobierno central para el despliegue del Pacto de Estado contra la Violencia de Género.
Las partidas destinadas a políticas de mujer en los presupuestos ni siquiera recuperan los recortes que comenzaron en 2010: no llegan a los 10,5 millones de euros, una cifra irrisoria si tomamos en cuenta que sólo la productora Minoría Absoluta de Toni Soler se lleva de estos mismos presupuestos (en la parte destinada a TV3), unos 5 millones de euros al año.
Con motivo del 8 de marzo de 2019, el Parlament aprobó una moción que instaba al Govern a poner en marcha en un plazo de tres meses el Pacto nacional para la lucha efectiva contra la desigualdad retributiva y la feminización de la pobreza que contiene el Pla de Govern de la actual legislatura. La moción incluía la creación de programas específicos para los colectivos de mujeres que sufren de forma más extrema la precarización y la pobreza: las familias monomarentales, las mujeres que disponen de pensiones no contributivas, las trabajadoras del hogar, las kellys. Ha pasado un año y no se ha hecho nada.
También se aprobó en marzo del año pasado que en seis meses tenía que estar listo el plan bienal para incentivar la ocupación estable y de calidad para las mujeres con su correspondiente estudio de impacto de género y de edad, tal como establece la Ley de igualdad. No sabemos nada. Tampoco tenemos noticias del informe de impacto de esta ley a pesar que hace un año la entonces consellera Elsa Artadi anunció que se estaba trabajando en ello.
El mensaje del lema de la huelga feminista del 8 de marzo de hace dos años reivindicaba que las mujeres permitimos que se mueva el mundo. No añadía que no se nos paga por ello pero la motivación tras una movilización que adquirió dimensiones planetarias, estaba implícita. Las mujeres cargan con el peso del trabajo doméstico, de los cuidados, sin cobrar por ello, algo que las hace más pobres y más vulnerables. Era así en el siglo XIX, cuando las obreras textiles de Nueva York comenzaron a movilizarse para conseguir reivindicaciones laborales, y sigue siendo así en el siglo XXI cuando la irrupción del coronavirus pone sobre la mesa la cuestión de quién se encargará de los cuidados.
En Cataluña, la precariedad laboral tiene rostro de mujer y los salarios bajos tienen rostro de mujer. El 74% de los contratos a tiempo parcial corresponden a mujeres porque los recortes en guarderías y dependencia se han traducido en que han sido ellas las que han tenido que asumir los cuidados. El 97% de las personas que reconocen en Cataluña que trabajan a tiempo parcial porque tienen que encargarse de sus hijos e hijas, pero también de personas mayores o dependientes, son mujeres. Conforman también el grueso de las personas que cobran menos de 1.000 euros al mes: son 7 de cada 10.
La radiografía de la desigualdad entre hombres y mujeres es muy negativa pero estamos haciendo muy poco para cambiarla más allá de ponernos un lazo violeta el 8 de marzo.