Hoy quería hablar de la inédita promesa en las Cortes Generales de los presos separatistas. Pero no lo haré, porque hablaré de una relación personal que tuve con dos de ellos que son vallesanos: Josep Rull y Jordi Turull, con rima consonante.

Antes de hablar de ambos, una previa: hace 15 años asistí a una conferencia de Montse Tura, cuando era la consejera de Interior del Tripartit. Nunca he conocido una mitinera con tantos recursos dialécticos. La Tura es una mujer con fuerza para llevar a las masas donde quiera. Tiene un don natural heredado de una familia política de varias generaciones.

Fue un discurso político, no de partido, sino conceptual, ideológico, sobre el peligro de banalizar las palabras: no se puede decir que Joaquim Torra sea racista aunque lo sea, porque el racismo forma parte de la más deleznable historia nazi que nos abochorna, porque Torra no defiende la violencia. Hace un año, Pedro Sánchez le llamó racista. Sánchez es un cantamañanas.

El lunes, una portavoz de Vox en las Cortes calificó de "criminales" a los indepes encarcelados. Aunque esa palabra se ajuste al Derecho penal (una banda criminal es la que se asocia para cometer un delito), la vox populi entiende que un criminal es la persona que ha cometido un crimen. Y no es el caso...

En la acera de enfrente, los indepes califican de "fascistas" a los de Vox, es la misma exageración que los que llaman racista a Torra. Es el ejemplo  diáfano de lo que decía Tura de la banalización de la política. Desgraciadamente, estamos en esa fase infantil.

Tura es la gerente del Hospital de Palamós, una villa costera hacia la que me siento sentimentalmente unido.

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Me estoy yendo de lo quería decir: Jordi Turull y Josep Rull son almas gemelas, porque proceden de las Joventuts Nacionalistes de Catalunya (JNC), los cachorros de CDC, lo que Franco consideraba que era el Frente de Juventudes: ‘la obra preferida del Régimen’. La bandera de las JNC es el triángulo azul del Estat Català. Los dos son indepes del morro duro porque los nacionalistas los han fabricado así.

En la primavera de 2003, durante el último gobierno de Jordi Pujol, tuve una comida de trabajo con el conseller Felip Puig y el jefe de la oposición Josep Rull en la que defendían la independencia como objetivo irrenunciable.

Si recuerdan mi artículo de la pasada semana, su compañero Jordi Turull fue el hombre --él era secretario comarcal de CDC-- que informó a Pujol que era desaconsejable que un servidor fuera el director de una televisión privada porque no era nacionalista.