La distinción entre una Europa "fortaleza" y una Europa fuerte escapa a muchos y eso permite a algunos la reconfortante condena gratuita de la (inexistente) fortaleza europea. En lo único que Europa es realmente una fortaleza (jurídicamente inexpugnable) es en el acceso como miembro a la Unión; lo han comprobado en carne viva los ilusos de "Catalunya, nou Estat d’Europa".
Europa se comporta en la práctica, al contrario, como una no fortaleza precisamente en el flanco por el que más ataques está recibiendo, tanto dialécticos como reales: el de su frontera exterior, para unos peligrosamente permeable (y señalan la inmigración descontrolada), para otros su blindaje resultaría moralmente inaceptable.
El espacio Schengen, del que forman parte 22 Estados de la Unión más Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein, ha suprimido las fronteras interiores para la circulación de personas, sean o no ciudadanos de la Unión, pero no se previó una política de inmigración común ni se proveyó al espacio común de una política de fronteras exterior, de manera que el control de la entrada en el espacio depende de cada Estado, pueda o no controlar efectivamente la entrada. Esa situación absurda es aprovechada por la inmigración irregular y es percibida por sectores de la opinión pública como una debilidad, explotada por la ultraderecha.
Para salvar Schengen, un irrenunciable avance en la integración europea, hay que "comunitarizar", "federalizar" pues, la protección de la frontera exterior, lo que requiere la dotación urgente de una guardia europea de costas y fronteras, con efectivos, medios y mando suficientes. Es la propuesta que ha hecho el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, en el Parlamento Europeo el pasado 12 de septiembre y que ha sido debatida en el Consejo Europeo de Salzburgo de los días 19 y 20 de septiembre. Las reticencias de algunos Estados no están justificadas y el rechazo moral de la medida no se sostiene desde la propia moral. ¿Qué derecho fundamental se vulnera con la elemental protección de la frontera? ¿A quiénes beneficia la permeabilidad de la frontera exterior europea?
Los Estados de la frontera sur de Europa, España entre ellos, traspasarían a la Unión responsabilidad en la salvaguarda de la frontera, que no soberanía en materia de seguridad, puesto que su sistema de defensa continuaría siendo nacional, y además con la garantía del artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea y, en último extremo, del artículo 5 de la OTAN.
La eurofobia de la ultraderecha se apoya en la supuesta debilidad de Europa, su exigencia de una Europa "fortaleza" es oportunista y falsa por imposible. A Europa no le conviene el aislamiento de una "fortaleza", que nunca llegaría a ser inexpugnable, pero sí que necesita ser fuerte en su frontera y en otros dominios --euro, política exterior, defensa, migración, pilar social, mercados financieros-- para exportar estabilidad y proteger a sus ciudadanos.