Este verano tuve una discusión muy tonta sobre Canadá con una amiga. Ella decía que el país le parecía el colmo de la civilización y de la conservación de la naturaleza, en cambio a mí solo me venían a la cabeza los comentarios de mi primo Andrés, que vivió cerca de Montreal cuando era un niño, diciéndome que era aburridísmo, o los de mi amiga Ylenia, que se mudó a Calgary con su marido y sus dos hijas hace unos años y me dijo lo mismo. Calgary, además, le parecía el paraíso de la hipocresía: por un lado, capital de la industria petrolífera y gas del país, por otro, una meca del ecoturismo y los deportes de invierno.

Para  provocar a mi amiga un poco más, le recordé una de las noticias más escalofriantes de este año: el descubrimiento de varias fosas comunes en Canadá con los cuerpos de centenares de niños, algunos de no más de tres años, en lo que fueron internados para chicos indígenas. A principios del siglo XIX Canadá creó estos internados, llamados escuelas residenciales, en su mayoría gestionados por la iglesia, donde los niños indígenas eran forzados a asistir, tras ser secuestrados de sus padres. La última cerró en 1996.

Cuando mi imagen de Canadá ya empezaba a estaba por los suelos, va y esta semana descubro en The Guardian que el mercado de la pornografía en Internet está dominado por MindGeek, una compañía canadiense propietaria de dos de las plataformas de porno más populares, YouPorn y Pornhub. Esta última, con más de 130 millones de visitas diarias, asegura que las visitas a la web han aumentado un 20% desde que estalló la pandemia, en marzo de 2020.

Estuve a punto de llamar a mi amiga para comentar la noticia y seguir despotricando en broma contra Canadá (un país que solo he visitado una vez y, a pesar de todo lo que he dicho, me encantó), pero me quedé atrapada leyendo el resto del interesante artículo de The Guardian y se me olvidó llamarla. El artículo explicaba con detalle los problemas que sufren muchos de los hombres que se vuelven adictos a la pornografía de adolescentes (baja autoestima, depresión, problemas para tener relaciones sexuales satisfactorias) dado el libre acceso a las tecnologías que tienen hoy en día los más jóvenes, y mencionaba el caso de un emprendedor inglés llamado Jack Jenkins, creador del primer software para ayudar a la gente (hombres, básicamente) a bloquear y superar su adición al porno.

El programa, llamado Remojo (de pago) ofrece una tecnología diseñada no solo para bloquear los sites de pornografía de todos los dispositivos del usuario, sino también de sus redes sociales. Además, Remojo pone a disposición un espacio para compartir contenido, incluyendo podcasts, meditaciones guiadas y una comunidad anónima online para buscar apoyo en momentos de recaída.

“El 99% de hombres jóvenes ve porno. Pero en Remojo apoyamos al 1% que elige recuperar el control de su mente, energía, vida sexual y masculinidad”, puede leerse en la web del programa.

Desde su lanzamiento, en setiembre de 2020, Jenkins dice que ya se han instalado la app más de 100.000 personas, el 90% hombres (el plan que más se descargan es el que promete acabar con la adición en 90 días), y que su propósito no es aleccionar a nadie sobre si es bueno o no mirar porno. “Pero la realidad es que cuando los usuarios reflexionan sobre cuándo sacan lo mejor de ellos mismos, normalmente dicen que es cuando dejan de estar enganchados al porno”, explicó Jenkins a The Guardian.

La verdad es que me parece una idea de negocio brillante, y espero que pronto salga la versión española de Remojo: según un estudio realizado en 2019  por dos profesores de la universidad de Baleares, España se encuentra entre los países con los porcentajes más altos de consumo pornográfico: 41%, y con una prevalencia entre adolescentes y jóvenes que llega hasta un 70%. Voy a ver cómo está Canadá.