Ya han oído ustedes a la consejera de Enseñanza, Meritxell Ruiz: aprender tres idiomas en la escuela es algo superado y caduco. Considerar superado y caduco algo que nunca se ha puesto en marcha en Cataluña --donde pasamos del monolingüismo en castellano del franquismo al monolingüismo en  catalán del pujolismo-- no solo requiere ser muy soberanista, condición indispensable para formar parte del gobierno de Cocomocho, sino también tener una cara de cemento armado. Supongo que la señora Ruiz es de las que creen que al colegio se va a aprender catalán, pues el español ya se te pega viendo Tele 5, y el inglés ya lo aprenderás por tu cuenta con las borrachas británicas del SalouFest. Parafraseando al poeta, “Catalanito que vienes al mundo, te guarde Dios...”.

Supongo que la señora Ruiz es de las que creen que al colegio se va a aprender catalán, pues el español ya se te pega viendo Tele 5, y el inglés ya lo aprenderás por tu cuenta con las borrachas británicas del SalouFest

La Cataluña futurista que se reúne cada verano en Prada de Conflent ya ha decretado que deberemos desaprender el español para ser genuinos catalanes, consiguiendo así algo insólito: ofender a personajes como Reyes y Rufián, para los que la humillación permanente es un elemento fundamental de su discutible carrera política. La consejera y los futuristas coinciden en lo fundamental, pero discrepan en las formas; mientras la primera aduce conceptos seudo-científicos a la hora de rechazar el conocimiento, los segundos defienden sin ambages la burricie patriótica y denuncian el peligro de saber idiomas: a saber qué ideas disolventes se cuelan en Tierra Santa envueltas en una lengua aparentemente inofensiva. ¿Se puede ser más franquista? El Caudillo también intentó cargarse el catalán, y era plenamente consciente de que los idiomas los carga el diablo. Pese a ello, la gente siguió hablando catalán y yo aprendí francés en los Escolapios, aprovechando la incomprensible tolerancia del tirano hacia la lengua del país vecino.

Nuestros fundamentalistas son tontos, pero no tanto, y saben perfectamente que nunca conseguirán eliminar del que consideran su coto privado un idioma hablado por más de 500 millones de personas. Pero hay que hacer como que se intenta para mantener la cara y el sueldo, ya sea desde una consejería o desde esa Cataluña en miniatura que se montan cada año en Prada y que, más que un congreso cultural, recuerda a los experimentos de anti-psiquiatría de los años 60, cuando se soltaba a los orates para que se desahogaran un rato en el campo.

A cualquiera que no esté loco le encantaría que su hijo saliera del colegio hablando perfectamente castellano, catalán e inglés. A cualquiera que no odie al vecino y no cobre por defender lo indefendible, claro.