El 'poder blando' de España en América Latina
El decreciente peso político de España en América Latina puede hacer pensar que España carece o apenas tiene lo que se llama ‘poder blando (‘soft power’), influencia intangible por otro nombre, en el mundo de la lengua castellana. El aficionado a los crucigramas podría comprobar, sin embargo, que al menos en ciertos países, Colombia y México entre ellos, que suman más de 160 millones de habitantes, la referencia a cosas españolas, ríos, montañas, ciudades, es omnipresente. Y el Siglo de Oro, aunque para círculos muy restringidos, sigue siendo la gran justificación de la existencia de nuestra lengua común. En este siglo todo eso no compite con el ‘poder blando’ del cine que antaño se llamó de Hollywood, pero sí prueba que, como mínimo, existe una presencia, diríamos que atmosférica, en toda América Latina de lo que el franquismo llamaba ‘madre patria’ (¡qué incongruencia, una madre que es ‘padre’!).
España está para pagar, sostener, ayudar al necesitado, acudir rauda cuando se la requiere. Pero fuera de eso, calladita es como gusta más
Pero veamos qué ‘poder blando’, aunque sea residual, tiene la España contemporánea en las tierras por donde circularon Cortés y Pizarro. Y lo primero que hay que decir es que el ‘negocio’, si no en liquidación, sí vive uno de sus peores momentos. El PP no ha tenido nunca mano para América Latina y la catástrofe comenzó a fin del siglo pasado cuando a José María Aznar se le ocurrió tratar de alistar a una UE soñolienta contra el castrismo y culminaba con la ausencia de España en el proceso de paz colombiano y la firma del fin de la guerra que se ha producido la última semana. Se dice en Colombia que hoy al presidente Juan Manuel Santos le gusta menos España que Estados Unidos, aunque hay quien precisa que lo que no le gusta es el PP. El caso es que el único rostro visible que ha compartido foros y entrevistas sobre la paz con el propio Santos ha sido el incombustible Felipe González, reliquia de una España que todavía era vista como modelo a imitar y al que el actual presidente otorgó la nacionalidad colombiana hace un par de años. Y para encontrar traspiés, aunque menores, cabe citar las visitas del ministro de Exteriores español García-Margallo a La Habana, donde en mayo tuvo que esperar a llegar a la isla para saber si Raúl Castro se dignaría esta vez a recibirlo, después de no haberlo hecho hace dos años. La intervención a favor de la oposición democrática en Venezuela no parece haber servido al gobierno del PP para recuperar algún terreno. América Latina no quiere que España intervenga, ni que favorezca ni que critique. A muchos antichavistas les gustó que el hoy Rey emérito conminara a Hugo Chávez a que se callara en una cumbre iberoamericana, pero oficialmente nadie aprobó el exabrupto borbónico. España está para pagar, sostener, ayudar al necesitado, acudir rauda cuando se la requiere. Pero fuera de eso, calladita es como gusta más.
A esta situación de penuria relativa viene ahora a sumarse una estupefacción generalizada sobre la Cataluña del soberanismo. Intelectuales bien informados como el novelista colombiano Héctor Abad Faciolince escriben, sin duda en favor de que se mantenga esa construcción política llamada ‘España’, porque ‘sería una pena’ que la lengua castellana tuviera que retirarse de una Cataluña independiente, perdiendo el gran vehículo de comunicación con aquello que los españoles un día hicieron suyo. La gente pregunta y muchos dan por cierto que Cataluña será un día independiente. Y aunque se les diga que ningún Gobierno español, del matiz que sea --ni siquiera Podemos--, estaría en condiciones de consentir la amputación catalana, el escepticismo sigue habitando tras la mirada de nuestros interlocutores.
México, que lleva media vida fingiendo una cierta distancia de España, cuando es lo más español que ha parido --después de Cuba-- América Latina, es el mejor ejemplo. Hace unos años, cuando aún el nacionalismo catalán sesteaba en la modorra del seny, al preguntar a cuatro periodistas mexicanos que eran o habían sido directores de periódico, sobre la previsible actitud de su Gobierno en caso de producirse una irrefutable declaración de independencia de Cataluña, respondieron en momentos y conversaciones individuales lo mismo: que no habría comentario, ni favorable ni desfavorable, pero que a su debido tiempo procederían a reconocer a la nueva nación del mundo hispánico. Tal es el escaso poder de influencia de los últimos gobiernos del PP.
La crisis económica, que muestra a España en sus momentos más bajos y un destino menos prometedor para emigrar. Y, last, but not least, la incapacidad para formar gobierno en Madrid cuando no es motivo de chirigota lo es de perplejidad o decepción. España ya no puede dar lecciones a nadie, viene a ser el corolario del sentir general. Así se ha erosionado el ‘poder blando’ de España en América Latina. Muy lejos de la influencia que tuvo durante siglos y de la admiración que suscitó la Transición.